Una lámpara para Aurora

Autor:  Juan Antonio Ruiz, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

A Cristiano Birarelli y a su mujer se les ha enfermado su niña pequeña. Al principio creyeron que se trataba de una recaída normal: «La niña nos tiene así desde su nacimiento, hace ya dieciséis meses; siempre le han acompañado las fiebres», me dice Cristiano. Pero esta vez llegaron las convulsiones y la cosa empeoró.

El trago fue muy amargo y, no hay por qué negarlo, las lágrimas también hicieron acto de presencia. Y aunque el panorama se presentaba muy negro, no era imposible: acudieron al hospital con rapidez.

Desde el primer momento de su enfermedad, me confesaría más adelante mi buen amigo, él se dirigía constantemente al que mejor podía ayudar a su hijita: «Me fui a hablar con Cristo y le pedí que me ayudara, que curara a Aurora». Asistía con más asiduidad a la iglesia, casi diariamente, para elevar su plegaria.

Gracias a Dios, esta súplica de Cristiano y de Rosana, su mujer, fue escuchada. Poco a poco, la salud de la niñita se ha ido normalizando, aunque aún queda un trecho del camino por recorrer. 

Pero esta situación ha dejado mella y ahora es Cristiano quien ha cambiado: «Antes sólo iba a la iglesia los domingos, y acudía a Cristo en los momentos más difíciles. Pero ahora me he dado cuenta de que no es justo. ¿Por qué acudo a Él sólo cuando tengo necesidad? “Te hablo cuando te necesito y Tú me concedes lo que te pido y basta”. ¡Decidí que cambiaría esta actitud!».

Y lo ha cumplido. Por eso, todos los días, antes de empezar su trabajo, Cristiano se dirige a una capilla y saluda afablemente a Cristo Eucaristía. Y también por esto platica de vez en cuando con ese Cristo que tiene delante suyo en su escritorio, comentándole cómo van las cosas y agradeciéndole por todo. 

«Es una especie de respuesta a lo bueno que Dios ha sido conmigo. Él me ha dado mucho; yo tengo que darle también». 

También le vienen a la mente todas esas personas que, pobres ellas, no tienen este consuelo de la fe en los momentos difíciles: «A mí me da compasión quien dice que no cree: ¡qué harían en momentos como el mío!».

¡Gracias, Cristiano, por tu testimonio! Sin duda haces honor a tu nombre: el que cree en Cristo.

Antes de resucitar, fue necesario que Jesús pasara por el dolor del Calvario. Y así, hoy podemos tener unos rayos de consuelo en los momentos más duros de la vida: como María al pie de la cruz; como Cristiano, que supo desde el inicio que sólo Cristo le traería la aurora… Aurora, ¡qué bello nombre!