De la plaza al balcón

Autor: Gonzalo Franco, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

El 25 de diciembre del año pasado fue un día muy singular. Por primera vez estuve presente en la Plaza de San Pedro para recibir la bendición Urbi et Orbi. Ya no tuve que preocuparme por la televisión que estaba fallando, o mis hermanitos que no me dejaban escuchar. No, esta vez me encontraba en la misma Plaza escuchando directamente la voz esforzada de Juan Pablo II.

Lloviznaba esa mañana. Todos teníamos abiertos los paraguas pero comenzaron a desaparecer cuando el Papa tomó la palabra. Sí, era más importante dejar ver a las demás personas, que cubrirse de la lluvia.

Después del jubiloso anuncio: «Christus natus est nobis, venite, adoremus!», comenzó sus tradicionales y multilingües saludos. Sin embargo nos llevamos una gran desilusión cuando le retiraron el micrófono al terminar su primer saludo, el italiano, claro está. “¿Qué pasa? ¿Ya terminó?”- nos preguntábamos todos. En realidad, creo que los secretarios querían cuidarlo y evitarle esfuerzos grandes. Sin embargo, el gran atleta de Dios, el pastor que quería anunciar a todas sus ovejas la llegada del Pastor, pidió que le volvieran a colocar el micrófono y ahora sí comenzó la letanía de su ¡Feliz Navidad! 

Al finalizar la bendición esperé a que se desalojara un poco la Plaza. Cuando me decidí a salir me llevé una sorpresa gigantesca. Me crucé con un eclesiástico vestido todo de negro: boina, gabardina, bufanda, guantes, sotana y zapatos. Pero sus cabellos, su tez y sobre todo su mirada eran blancos color limpieza. 

Me quedé en una especie de shock que no me dejó desenvolverme. ¡Estaba yo viendo al Card. Joseph Ratzinger que pasaba delante de mí, después de recibir la bendición del Papa como un humilde siervo de la viña del Señor! Entre la duda de que fuera él y la impresión de encontrarme con uno de los hombres más cercanos a Juan Pablo II que casi se “disfrazaba” para pasar desapercibido, apenas pude mover la cabeza en señal de reverencia y saludo. Él me sonrió, me hizo un gesto de saludo y continuó su camino.

Hoy lo volví a encontrar en San Pedro. Pero las cosas han cambiado mucho. Sus vestidos negros que querían encubrir su condición cardenalicia, se han transfigurado en la digna sotana blanca que le acompaña hasta de vacaciones, porque nos anuncia que nuestro pastor está con nosotros. Ahora ya no está entre nosotros como una oveja en medio de la Plaza, sino como el guía que conduce al rebaño peregrino y que, desde el balcón de San Pedro, nos anuncia la llegada de nuestro Rey. Pero la blancura de su mirada no se ha modificado, incluso se ha incrementado al contemplar más de cerca la transparencia de los ojos del Niño de Belén que ha puesto su morada entre nosotros.