Simplemente ama

Autor: José Ignacio Rodríguez

Fuente: Buenas Noticias

 

 

La vi venir en su silla de ruedas, feliz, irradiando alegría por donde pasaba. Me dio un vuelco el corazón. No es para menos: hacía tres meses estuvo a punto de morir y en tres ocasiones le tuvieron que aplicar electrochoques para reanimar su corazón.

Ciertamente estaba admirado de verla tan bien, tan lozana y alegre, como si nada le hubiera sucedido. Pero las sorpresas que iba a escuchar en esos quince minutos de sabrosa conversación me iban a conmover hasta las lágrimas.

Me encontraba platicando con dos amigos. Se acercó y nos regaló un pedazo de pastel a cada uno, ya que un día antes había festejado su cumpleaños. «Estoy dando gracias a Dios -nos dijo- por el don de la vida, después de haber estado a punto de morir en tres ocasiones». 

Todo por un error; le recetaron una medicina que le dañó el hígado; pronto dejó de funcionar y de purificar la sangre. Tuvo varias complicaciones, su organismo comenzó a intoxicarse y uno de sus riñones quedó inservible.

Luego escuché la segunda sorpresa: «Todos mis sufrimientos los he ofrecido por los sacerdotes, para que sean fieles a su vocación y para que Dios bendiga a la Iglesia con más vocaciones». Y vaya que si tuvo dolores que ofrecer. Más de dos meses de hospital, luchando entre la vida y la muerte. Se dicen pronto pero implican mucho.

Hoy volvía a la universidad para seguir su doctorado en bioética. Su única ilusión: «ayudar a tantos jóvenes que no encuentran un sentido a su vida y que viven en la cultura de la muerte». Esta fue la tercera sorpresa de esa mañana.

Mientras se despedía de nosotros y se alejaba en su silla de ruedas, sonriendo y contagiando su entusiasmo, me acordé de la primera vez que me saludó en la biblioteca de la universidad. Por aquel entonces me había hecho un esguince en el tobillo izquierdo. Ella se acercó y me preguntó qué me había sucedido; se interesó por mí. 

Recuerdo que en ese momento pensé: «¡Qué admirable persona! Se encuentra forzada a usar una silla de ruedas y se preocupa por un simple esguince». Pero, como pude comprobar esa mañana en la universidad, así ha sido toda su vida: entregada a los demás sin tener un momento para pensar en sí misma… ni siquiera cuando sufre atrozmente.

Si me imaginé que esa sería la última sorpresa del día, estaba muy equivocado. Esa misma noche, durante la cena, comentaba con mis amigos el encuentro de esa mañana. En ese momento me enteré de la causa por la que está en silla de ruedas. 

No fue un accidente automovilístico, como había supuesto. Fue golpeada por dos hombres, porque quiso evitar que se pelearan entre ellos. Entonces comprendí que no vive entregada a los demás y, en caso de que sufra, se sacrifica; más bien se entrega a los demás sin detenerse a pensar si le costará o no. Simplemente ama; por eso se entrega.