En primera persona

Autor:  Juan Pablo Durán, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

Quizá algunas historias sólo se entienden en primera persona.

Tu familia te espera en casa, estás por entrar a tu coche como siempre, y te encuentras con cinco hombres encapuchados que te apuntan con sus metralletas. Una bofetada en la cara, golpe en el estómago, te amarran los brazos detrás de la espalda, y tu vida ha cambiado para siempre.

Con las muñecas atadas, te llevan a la oscuridad de una selva tropical. Pasan los días, las semanas, los meses de tu vida… Te convertiste en mercancía, arrastrada de campamento en campamento, en vergüenza continua. Tus guardias te desprecian, te mienten y te humillan…

«Había caminado diez horas sin parar con un saco encima muy pesado, con hambre, sed, mosquitos… en fin, todos los horrores que hacen que una vida pueda convertirse en una tortura, que el hecho de existir sea una tortura».

Y así pasan seis años en la vida de la ex senadora colombiana Ingrid Betancourt, hasta que el 2 de julio de 2008 fue liberada por el ejército de ese país.

A pesar de todo lo vivido, no hubo rencor para corresponder al odio, ni venganza que responda a la violencia que sufrió. Al contrario, esta mujer sorprendió al mundo perdonando abiertamente a los guerrilleros e invitándolos a un cambio de corazón.

¿Cómo es posible? «El primer año, es verdad, yo estaba peleada con Dios», nos narra. Nos Cuenta, por ejemplo, que mientras leía la Biblia, encontró esta frase de San Pablo: «pide lo que quieras, que el Espíritu Santo pedirá mejor, porque sabe mejor que tú lo que necesitas». Y al leer esto Ingrid se dijo: «Dios mío, está bien, pero yo sé lo que quiero, ¡quiero ser libre!».

Y sin embargo, el contacto con la palabra de Dios fue cambiando su corazón. El sufrimiento se convirtió en paciencia, y la paciencia llevó al perdón y al amor. La última oración en sus meses de cautiverio no fue pedir la libertad, sino la fuerza para aceptar la voluntad de Dios. «Seis años después, al releer la misma epístola, por fin la entiendo. Pensé: Menos mal que el Espíritu Santo está aquí para rogar por mí, porque soy incapaz de pedir lo que necesitaba».

Tras su liberación, Ingrid sigue sorprendiendo a todos por sus palabras llenas de un profundo sentido cristiano. Basta leer frases como ésta: «El tiempo del perdón tiene que ser un ejercicio cotidiano, de cada instante. Nos tenemos que llenar por esta actitud de perdón. Perdón por el pasado, perdón por el presente. El perdón también para el futuro. Porque si de lo que nos va a ocurrir estamos ya en la línea de esperarlo con perdón, entonces ya somos libres».

Hace poco le preguntó un reportero si era feliz y si se sentía libre ahora. Ella contestó:

«Estoy realmente en la más grande de las felicidades. […] Y no quiero olvidarlo, no quiero verme en la vida de cada día olvidando que estar viva es un milagro, que el hecho de ser libre es un milagro, que poder abrir mi nevera y comer una manzana es un milagro, o poder dormir en una cama con sábanas, escoger mis zapatos… es un milagro. Es preciso que nos demos cuenta de lo que tenemos para poder dar gracias verdaderamente a Dios».

Mientras analizo la vida de esta mujer, pienso que quizás la mayoría de nosotros no hemos pasado por una pena semejante; pero sí sufrimos las pequeñas o grandes incomprensiones y humillaciones de todos los días, que nos vienen casi sin que nosotros lo queramos.

Ojalá que el testimonio de Ingrid Betancourt nos ayude a ver que ya no tenemos excusa para percatarnos de que la libertad y la felicidad pasan por la paciencia y el perdón, principalmente con quienes tenemos a nuestro lado: familiares, compañeros de trabajo, amigos, etc.

Esa puede ser nuestra historia, vivida en primera persona.

Con datos tomados de Forum Libertas.
También se puede ver una entrevista a Ingrid Betancourt en el siguiente link: Entrevista a Ingrid Betancourt