Que sean los educadores lo que eduquen

Autor: Ángel Gutiérrez Sanz

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El debate sobre educación ya está en la calle y va a estarlo durante mucho tiempo. Supongo. Los niveles de nuestros escolares sonrojan a propios y extraños. El fracaso de nuestro sistema educativo está ahí. La gente va sabiendo algo de lo que ya hace tiempo que venimos denunciando muchos profesores. Es un hecho constatable que la mayoría de nuestros escolares de la ESO, en edades comprendidas entre los 12 y los 16, años, tienen serias dificultades en la escritura y en la lectura. A partir de aquí cada cual podrá imaginarse como andarán en lo demás.

Durante estos últimos días vengo haciendo un seguimiento, a través de los medios de comunicación, de cuanto unos y otros manifiestan al respecto. Con tristeza he constatado cómo la intencionalidad política sigue estando presente en éste debate. Los defensores a ultranza de la reforma educativa de los socialistas, aún después de sus funestos resultados, no dan su brazo a torcer y siguen defendiendo lo indefendible. La igualdad académica por encima de todo. Nada de discriminaciones, no a los suspensos ni a las repeticiones, todos revueltos en el mismo plan de enseñanza, que todos promocionen, para que al final todos obtengan el mismo título académico. Todos iguales: el listo y el torpe, el trabajador y el vago. ¡Que bonito! Habría de tenerse en cuenta que con ello los que más perjudicados salen son los alumnos de estamentos más bajos, que ven esfumarse así su última esperanza de promocionarse, haciendo valer su buena dotación intelectual. En realidad, el igualitarismo académico condena a la mediocridad a los alumnos brillantes carentes de recursos, que verán reducidas sus posibilidades a la hora de competir con otros menos inteligentes que ellos pero cuyos recursos económicos les permitieron procurarse, por su cuenta, una formación más sólida.

La contrarreforma educativa que prepara el PP, bajo la denominación de Ley de Calidad de la educación, según se nos dice tiene como objetivo reducir el fracaso escolar, que actualmente está situado en el 30%. A tal efecto, y con la intención de elevar el nivel educativo, se han previsto una serie de medidas que apuntan a una mayor exigencia, a una puesta en marcha de controles y pruebas que estimulen el esfuerzo del alumno; se vuelve al suspenso y a la repetición de curso para quienes no alcancen los mínimos exigidos y se ofertan itinerarios alternativos que satisfagan las diferentes aspiraciones y necesidades de un alumnado heterogéneo. Todo ello supone una derogación parcial de la LODE (1985) y de la LOGSE (1992).

En principio todo esto puede estar muy bien, pero mucho me temo que no va a ser suficiente; más aún, en mi opinión ni siquiera debiera ser esto lo prioritario. Considero que es tanto como comenzar la casa por el tejado. Lo que se necesita es un plan de reforma conjunto que se ajuste a un determinado modelo educativo en función de una finalidad previamente establecida. Esta mayor exigencia de la que se viene hablando, acompañada de rigurosos controles, aunque es una medida necesaria, no estoy muy seguro de que por sí sola vaya a mejorar el nivel de la enseñanza, ni tampoco de que vaya a reducir el fracaso escolar; tal vez al contrario. Antes de pedir, hay que haber dado. Para poder exigir conocimientos a nuestros alumnos hay que tener previsto con antelación cómo se les va a poder enseñar más y mejor. Tendremos que saber qué es lo que queremos enseñar y cómo lo habremos de conseguir, sin olvidar que un buen aprendizaje comienza a ser posible cuando el alumno tiene deseos de aprender y al profesor se le deja enseñar.

Desde hace tiempo la enseñanza en España viene arrastrado un grave problema de deterioro en las aulas, que está dificultando las relaciones alumno-profesor. Como recurso de urgencia, está haciendo falta un clima de mejor entendimiento y comprensión, de mayor respeto. Cualquier pretensión de mejorar la enseñanza hoy, tal como están las cosas, pasa necesariamente por mejorar las condiciones en las que los profesores vienen que realizar sus funciones, dotándoles de la autoridad que necesitan y de la que ahora carecen, poniendo en sus manos los recursos indispensables para que puedan mantener la disciplina en su clase y en el centro, dotándoles de las atribuciones correspondiente, para que puedan asumir el protagonismo que les corresponde en el ejercicio de su función. No nos engañemos, la escuela será lo que los profesores hagan con ella. Por todo ello, la Administración, en esta su pretensión de reforma educativa, ha de tener a los profesores como sus principales aliados, haciendo lo posible para que éstos lo perciban así, prestándoles el apoyo y el reconocimiento que hoy más que nunca están necesitando. Ayudándoles a salir de su estado de frustración y dándoles motivos para recuperar la ilusión perdida de sentirse educadores.

Resulta triste constatar que la escuela lleve tanto tiempo en manos de los políticos. Es hora ya de que se la devolvamos a quienes por razón de su cargo les corresponde enseñar y educar. Digo educar, sí, porque ésta es otra de las funciones de la escuela, aparte de la de instruir. Estoy percibiendo cómo en este debate el énfasis se está poniendo en el aprendizaje de contenidos, sin que apenas se diga nada del aspecto formativo, cuando con toda seguridad, hoy más que nunca, de lo que estamos faltos es de personas educadas, más aún que de sujetos instruidos. El cuestionamiento -y la consiguiente alarma social- de las actitudes y hábitos de las jóvenes generaciones de la «litrona» y la «movida», me dan la razón en lo que estoy diciendo.

Si a nuestros alumnos no se les da el alimento espiritual que en estos momentos están necesitando, si no se fomenta en ellos el espíritu de superación y de trabajo, si no se hace de ellos sujetos de valores, respetuosos y disciplinados, comprensivos y responsables, de poco van a servir los controles, las reválidas y los exámenes. Más que de hombres ilustrados, de lo que nuestra sociedad está necesitada es de hombres con principios, íntegros y cabales. Este es uno de los principales retos para una Administración que quiere tomar en serio las exigencias de una educación responsable. De lo que sea la escuela de hoy va a depender la sociedad de las próximas generaciones.

El Ministerio de Educación siempre ha hecho gala de tener en cuenta la opinión de los profesores. Yo no tengo la más mínima esperanza de que estas consideraciones lleguen a quienes tienen en sus manos la futura reforma educativa, pero si por un casual esto se produjera, aquí tienen el sentir de uno de ellos, con muchos años de experiencia, que habla de una realidad vivida día a día.