Reflexión para tiempos de crisis

Autor: Ángel Gutiérrez Sanz

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El hombre moderno rico en lo técnico, pobre en lo humano se congratula de que hayan desaparecido todas las certidumbres, de que se hayan derrumbado todos los cimientos de una cultura milenaria  y se siente satisfecho de que se vuelva reescribir la historia de la humanidad. Hemos querido liquidar el pasado, para quedarnos  sin referencias ni seguridades, sin absolutos ni certezas. Es la cultura del pensamiento débil, en la que nada es permanente y todo fluye de forma constante. A partir de la segunda mitad del siglo XX irrumpe con fuerza el sentimiento de que no hay mas verdad que nuestras interpretaciones de la misma. Todo lo que podamos pensar o decir, incluso todo lo que creemos saber, no es más que pura interpretación. Bajo este horizonte de incertidumbre, la crisis generalizada en todos los ordenes tenía que llegar de forma inevitable, como así ha resultado ser. Ante esta situación de ausencia de cualquier tipo de verdad divina o humana, nos hemos ido acostumbrando a vivir el día a día, bajo el imperio de la provisionalidad, hemos llegado incluso a sumir el riesgo de no saber cómo será el despertar del nuevo día.

Para cualquier espectador de hace no más de un siglo el panorama que se contempla en nuestra sociedad industrializada hubiera sido impensable; pero a mi personalmente lo que más me sorprende es que estos cambios tan radicales y profundos, que se han ido produciendo en los últimos años, no han sido motivo de ningún tipo de alarma generalizada, no ha habido reacción significativa ante mutaciones tan traumáticos, que han acabado por dejar a la  sociedad  a la intemperie. Los hombres y mujeres hemos seguido viviendo como si esta crisis cultural generalizada no se hubiera producido o  como si no nos afectara.

Estamos asistiendo a un comportamiento generalizado de las conciencias que han asumido esta sustancial trasformación, como si fuera el resultado natural de un progreso cultural y humano, que es como muchos están empeñados en hacerlo ver. Hubiera sido motivo de escándalo; pero no lo es, el que desaparecieran las normas etico-jurídicas de la convivencia social o que se hayan removido las bases estructurales del matrimonio y la familia. Debiéra de resultar indignante para cualquier sensibilidad, el que no se respete la libertad educativa. Debiera verse como intolerable que no se respeten las convicciones religiosas, ni sus públicas manifestaciones, en países de milenaria tradición religiosa.

Tiempos de crisis, son los nuestros y también de desorientación, en los que las gentes parecen mirar para otra parte, porque lo que verdaderamente nos preocupa en los últimos tiempos es el bienestar material. El vacío espiritual no nos importa demasiado, lo que nos asusta es que nuestro bienestar material quede comprometido. Ha bastado que aparecieran algunos nubarrones en el mundo de las finanzas para que las gentes se echaran a temblar ¿Que sucederá ahora que la crisis según parece se va a hacer presente también en el terreno económico? Aquí sí que comienza a haber alarma social, la gente no sólo está preocupada por lo que se avecina, sino que está asustada. ¿ Que va a pasar ahora?. Aquellas gentes que decía que no les importaba que el barco se hundiera, mientras las plataformas del surf  económico les permitiera mantenerse en pie a pesar del oleaje, puede que ahora, el cambio de dirección de los vientos les haga cambiar también a ellos de opinión.

No es que yo me alegre de la crisis económica, no;  lo que si digo, es que a mi me hubiera gustado más, que nos hubiéramos preocupado más por otras crisis más sustanciales que desgraciadamente han ido pasando desapercibidas. Por otra parte ante lo que parece irremediable, prefiero ser positivo y no negativo, dispuesto estoy siempre, a aplicar la filosofía de aquel dicho popular que nos advierte, de que no hay mal que por bien no venga. De todo, en la vida se pueden extraer alguna aplicación positiva ¿ por qué no va a serlo ahora también, que comienzan a desplomarse los fundamentos económicos ? 

Pudiera ser que esta crisis económica nos sirva de purga de tanto exceso sibaritista, de tanto empacho de bienestar maerial, tal vez  obligue a las sociedades opulentas a probar el sabor de  la austeridad, después de tanto derroche  injustificado. A lo mejor esta crisis nos abre los ojos y nos damos cuenta de que vincular nuestra suerte al bienestar material,  ni es tan constante ni tan definitiva como creíamos, por lo que en el futuro habrá que estar preparados por si vienen mal dadas. A lo mejor nos ayuda a todos a comprender que hemos de moderar nuestros afanes consumistas y que no es tan imprescindible cambiar el mobiliario del piso cada diez años y estrenar un nuevo modelo de coche cada cuadro. A lo mejor acabamos aprendiendo de que el dinero no lo es todo y nos damos cuenta de que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.

Ojalá que esta crisis fuera motivo de reflexión y nos sirviera para pensar en los demás, sobre todo en los más necesitados, haciendo converger todos los intereses personales en el bien común y universal dentro de un marco económico más equitativo y justo del que nadie quedara excluido. La presente crisis debiera hacernos más solidarios con los que nada tienen, debiera servir para humanizarnos y quien sabe si tal vez pudiera ser un buen motivo para que reflexionemos de que las esperanzas puestas en el dios-dinero no debiera seguir siendo el último fundamento de nuestras vidas. La gentes comienzan a preguntarse por el futuro de la humanidad y a mi este tipo de preguntas me gustan, porque el hombre ha de ser previsor y no vivir eternamente inmerso en el carpe diem.

                                                                                 Ángel Gutiérrez Sanz