Recuerdo a nuestros mártires

Autor: Ángel Gutiérrez Sanz

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La beatificación de 498 mártires nos trae el recuerdo emocionado de algunas de estas almas generosas que murieron por defender su fe y lo menos que se podía pedir es que su sangre no se hubiera vertido en balde. No podemos traicionarlos, No podemos dejar que a ellos como a tantos otros, la calumnia y la mentira ensucie sus nombres y no hay porque ocultar nada. Ciertamente , nuestros mártires que ahora van a ser elevado a los altares, como tantísimos otros, supieron mantenerse firmes en su fe, hasta llegar a morir por Dios y esa es la gloria que nadie les podrá arrebatar; pero también fueron hombres de carne y hueso, comprometidos con su tiempo, con su mundo, como no podía ser por menos. Volveríamos a traicionar la realidad histórica, si les presentáramos como espíritus químicamente puros, sometidos a un proceso de destilación antes de nacer y que vivieron indiferentes ante todo lo que estaba pasando. El martirio es una gracia de Dios, sin duda; pero detrás suele haber un hombre comprometido en alguna causa justa, como comprometida fue la postura de la Conferencia episcopal en ese momento histórico, que con valentía se opuso a la Constitución republicana del 1931 por no respetar derechos y libertades fundamentales.

Eran tiempos éstos en los que los católicos estaban llamados a defender los valores humanos y cristianos, incluso se veían obligados a defender también su propia supervivencia amenazada. El ejemplo admirable de todos nuestros mártires, los canonizados y los que probablemente nunca lo serán, sirvió para alentar a los demás hermanos en la fe, animarles a seguir adelante y nos interpela también hoy a nosotros, para que sigamos defendiendo los valores que siempre caracterizaron a la España Catolica, que sabe perdonar y olvidar; pero también ha de saber defender la verdad y mantenerse firme en la fe. Fueron muchos nuestros mártires: hombres y mujeres, religiosos y laicos, mayores y jóvenes , muchos fueron los que entregaron su vida al grito de ¡Viva Cristo Rey!. Hoy es el día para hablar de ellos y de todos los que murieron perdonando, lo imperdonable sería no hacerlo.

Su recuerdo está ahí, sin mácula sin sombras, simplemente fueron víctimas inocentes, como así lo han reconocido los historiadores imparciales. Hasta el mismo S. Madariaga nada sospechoso de franquismo, se rinde a la evidencia para decir “ Nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los horrores de aquella persecución durante años. Bastó únicamente el hecho de ser católico para merecer la pena de muerte , infligida a menudo de las formas mas atroces” . Hoy es el día para hablar de ellos. Su recuerdo debiera ser el mejor motivo de reconciliación entre los españoles, porque por encima de odios y divisiones ellos pusieron el amor y el perdón . Por aquí debiera comenzar todo intento de reconstrucción de la memoria histórica. Hay que ser fieles a la verdad y no hacer de los verdugos víctimas y de las víctimas verdugos.

Solamente así las jóvenes generaciones podrán aprender la lección que la historia nos ha dejado. ¿Por qué cuesta tanto admitir los hechos? ¿ Por qué no sentirnos orgullosos de unos compatriotas nuestros, cuyo heroico comportamiento asombró al mundo? Su página es una de las más gloriosas del martirologio cristiano, su valiente testimonio es herencia de todos. Hay que recordar las palabras de Pio XII cuando en el 1952 con motivo del Congreso Eucarístico internacional dijo: “¿Cómo es posible que los españoles hayan olvidado a sus mártires a quienes yo me encomiendo todos os días” Hay que volver a recordar también las palabras de Paul Cluadel cuando decía: “ Con los ojos llenos de lágrimas te envío mi admiración y mi amor ¡ Y decían que estabas dormida, hermana España, sólo parecías dormir porque de repente diste millares y millares de mártires.”.

Hoy toca hablar de nuestros mártires y nadie nos lo podrá impedir. Porque aspiramos a que su heroico testimonio pueda servir para algo en la España de la reconciliación y del perdón. Hora es también de preguntarnos si estamos siendo fieles a su ejemplo, si estamos sabiendo administrar su rica herencia. Dudo mucho que está España nuestra, donde se aborta con toda naturalidad, donde se sigue practicando la violencia, donde no se reconocen los derechos de Dios y uno puede mofarse impunemente de lo más sagrado, dudo mucho que ésta sea, la España que ellos soñaron.

Dudo también que nuestros mártires puedan sentirse orgullosos de nuestra flojedad como cristianos, de nuestra falta de compromiso religioso, de nuestras apatías y mucho me temo que lo peor no haya llegado todavía. Es fácil prever que se avecinan tiempos nada fáciles en los que ser cristiano de verdad puede que resulte duro. Ser testigo de la fe , como decía el cardenal Newman, va ir acompañado de un cierto martirio incruento o quien sabe si acaso se nos pedirá algo más a los cristianos. Puede que ese silencio oportunista no nos valga, ni nos valga tampoco tener encendida una vela a Dios y otra al diablo. Por si acaso convendría estar preparados.

Recordando a Ortega y Gasset, quiero acabar diciendo que hay épocas en las que el “Odium Dei” aflora con virulencia y ésta podía ser una de ellas. Los signos parecen claros ; pero ésa es otra cuestión. Quiera Dios compadecerse de esta España nuestra y que por la intercesión gloriosa de sus mártires, la conceda una paz y prosperidad duradera.


La beatificación de 498 mártires nos trae el recuerdo emocionado de algunas de estas almas generosas que murieron por defender su fe y lo menos que se podía pedir es que su sangre no se hubiera vertido en balde. No podemos traicionarlos, No podemos dejar que a ellos como a tantos otros, la calumnia y la mentira ensucie sus nombres y no hay porque ocultar nada. Ciertamente , nuestros mártires que ahora van a ser elevado a los altares, como tantísimos otros, supieron mantenerse firmes en su fe, hasta llegar a morir por Dios y esa es la gloria que nadie les podrá arrebatar; pero también fueron hombres de carne y hueso, comprometidos con su tiempo, con su mundo, como no podía ser por menos. Volveríamos a traicionar la realidad histórica, si les presentáramos como espíritus químicamente puros, sometidos a un proceso de destilación antes de nacer y que vivieron indiferentes ante todo lo que estaba pasando. El martirio es una gracia de Dios, sin duda; pero detrás suele haber un hombre comprometido en alguna causa justa, como comprometida fue la postura de la Conferencia episcopal en ese momento histórico, que con valentía se opuso a la Constitución republicana del 1931 por no respetar derechos y libertades fundamentales.

Eran tiempos éstos en los que los católicos estaban llamados a defender los valores humanos y cristianos, incluso se veían obligados a defender también su propia supervivencia amenazada. El ejemplo admirable de todos nuestros mártires, los canonizados y los que probablemente nunca lo serán, sirvió para alentar a los demás hermanos en la fe, animarles a seguir adelante y nos interpela también hoy a nosotros, para que sigamos defendiendo los valores que siempre caracterizaron a la España Catolica, que sabe perdonar y olvidar; pero también ha de saber defender la verdad y mantenerse firme en la fe. Fueron muchos nuestros mártires: hombres y mujeres, religiosos y laicos, mayores y jóvenes , muchos fueron los que entregaron su vida al grito de ¡Viva Cristo Rey!. Hoy es el día para hablar de ellos y de todos los que murieron perdonando, lo imperdonable sería no hacerlo.

Su recuerdo está ahí, sin mácula sin sombras, simplemente fueron víctimas inocentes, como así lo han reconocido los historiadores imparciales. Hasta el mismo S. Madariaga nada sospechoso de franquismo, se rinde a la evidencia para decir “ Nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los horrores de aquella persecución durante años. Bastó únicamente el hecho de ser católico para merecer la pena de muerte , infligida a menudo de las formas mas atroces” . Hoy es el día para hablar de ellos. Su recuerdo debiera ser el mejor motivo de reconciliación entre los españoles, porque por encima de odios y divisiones ellos pusieron el amor y el perdón . Por aquí debiera comenzar todo intento de reconstrucción de la memoria histórica. Hay que ser fieles a la verdad y no hacer de los verdugos víctimas y de las víctimas verdugos.

Solamente así las jóvenes generaciones podrán aprender la lección que la historia nos ha dejado. ¿Por qué cuesta tanto admitir los hechos? ¿ Por qué no sentirnos orgullosos de unos compatriotas nuestros, cuyo heroico comportamiento asombró al mundo? Su página es una de las más gloriosas del martirologio cristiano, su valiente testimonio es herencia de todos. Hay que recordar las palabras de Pio XII cuando en el 1952 con motivo del Congreso Eucarístico internacional dijo: “¿Cómo es posible que los españoles hayan olvidado a sus mártires a quienes yo me encomiendo todos os días” Hay que volver a recordar también las palabras de Paul Cluadel cuando decía: “ Con los ojos llenos de lágrimas te envío mi admiración y mi amor ¡ Y decían que estabas dormida, hermana España, sólo parecías dormir porque de repente diste millares y millares de mártires.”.

Hoy toca hablar de nuestros mártires y nadie nos lo podrá impedir. Porque aspiramos a que su heroico testimonio pueda servir para algo en la España de la reconciliación y del perdón. Hora es también de preguntarnos si estamos siendo fieles a su ejemplo, si estamos sabiendo administrar su rica herencia. Dudo mucho que está España nuestra, donde se aborta con toda naturalidad, donde se sigue practicando la violencia, donde no se reconocen los derechos de Dios y uno puede mofarse impunemente de lo más sagrado, dudo mucho que ésta sea, la España que ellos soñaron.

Dudo también que nuestros mártires puedan sentirse orgullosos de nuestra flojedad como cristianos, de nuestra falta de compromiso religioso, de nuestras apatías y mucho me temo que lo peor no haya llegado todavía. Es fácil prever que se avecinan tiempos nada fáciles en los que ser cristiano de verdad puede que resulte duro. Ser testigo de la fe , como decía el cardenal Newman, va ir acompañado de un cierto martirio incruento o quien sabe si acaso se nos pedirá algo más a los cristianos. Puede que ese silencio oportunista no nos valga, ni nos valga tampoco tener encendida una vela a Dios y otra al diablo. Por si acaso convendría estar preparados.

Recordando a Ortega y Gasset, quiero acabar diciendo que hay épocas en las que el “Odium Dei” aflora con virulencia y ésta podía ser una de ellas. Los signos parecen claros ; pero ésa es otra cuestión. Quiera Dios compadecerse de esta España nuestra y que por la intercesión gloriosa de sus mártires, la conceda una paz y prosperidad duradera.