Un templo de Amor

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

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Un templo de Amor reconstruido
con esmeraldas y zafiros azulados
con columnas de oro esmerilado
y rubíes de sol enrojecidos.

Sus torres de marfil están selladas
con el sello del triunfo del Cordero
y contienen los restos del madero
en que la deuda ancestral quedó pagada.

Las escaleras de jade están talladas
en la montaña que lleva a la esperanza
y en granito esculpida la confianza
sostiene las murallas enjoyadas.

Son de mármol blanco las almenas
que recuerdan, del pasado, las batallas
el asalto sostenido a las murallas
de una fe probada en las cadenas.

Dentro de los muros un gran lago
de zafiro profundo como el cielo
es de lágrimas regadas y consuelo
como el vino del Cordero en que me embriago.

Sopla en él el Espíritu Divino
de una fragancia antigua y siempre nueva
que en ofrenda de incienso se recrea
quemándose, del templo, en el camino.

En el santuario, el altar es de alabastro
con asientos de ébano y caoba
candelabros de plata que le roban
la luz al cirio santo y a los astros.

Terciopelo dorado el cortinado
purpúreas las alfombras y tapices
tienen huellas de sangre y cicatrices
de los mártires que han sido coronados.


Tiene el templo una vertiente de aguas claras
cuya fuente está escondida en su misterio
ella riega el jardín del universo
en ella beben la noche y la alborada.

Es fecunda y todo lo recrea
imperceptible, discreta, subterránea,
desde la misma tierra en sus entrañas
brota espontánea y me renueva.

En ella surgen la unción y el sacramento
pues a veces está en óleo perfumada
otras parece vino en que se embriaga
con sed de trascendencia el firmamento.

Todo templo es de cristal y mármol fino
se transparenta en él la luz divina
está en un monte más allá de las colinas
de las cumbres heladas y el camino.

Y a él sólo se llega atravesando
el espacio y el tiempo en que existimos
la borrasca de pasión en que vivimos
en el Amor que estamos pregustando.

Pues el Amor es la nave misteriosa
que atraviesa el mar y sus peligros
que me vuelve navegante al elegirlo
penetrando íntimamente en cada cosa.

Pues Él es el sustrato, el fin y el medio
el viento de mis velas recio y suave
Él es el horizonte y es la nave
y una vez embarcado es cautiverio.

Y así navego la vida en la memoria
nostalgia de infinito y sed profunda
gustando la delicia que se funda
en la promesa de Dios que se hizo historia.