Un incendio de amor

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

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Hacía ya tiempo que Clara
le había pedido un favor:
compartir con su pastor
una fraterna velada.

Deseaba escuchar su voz,
sus santas admoniciones,
cantar algunas canciones
y alabanzas al buen Dios.

La plantita busca el sol,
la hija reclama al padre,
un santo busca la madre,
un amigo del Señor.

Condescendiendo al deseo
de aquella que había dejado
casa. fortuna y cuidados
por el dulce Rey del Cielo...

Dice Francisco a Maseo:
- Ve a buscar a nuestra amiga,
llévala a Santa María
para cumplir su deseo.

Hace tiempo que encerrada
en San Damián me acompaña,
mi hermana de las entrañas
al Señor tan entregada.

Ella, mi fiel consejera,
como la luna tan bella,
vivaz como las estrellas,
mi primera compañera.

También yo deseo verla,
hace tiempo que no paso
a rezar por esos claustros
que tratan de contenerla.

Le hará bien salir un poco,
recuperar la foresta,
participar de la fiesta,
cantar y charlar un poco.

Además, Santa María
es un lugar especial,
una capilla esponsal
en la que entregó su vida.

Los ángeles que la cuidan
y nos acompañan siempre
me dicen cuánto la quieren
y la llenan de alegría.

Es una hija escogida
para iluminar la noche,
las tinieblas de los hombres
y la alegría perdida.

La mesa está preparada,
llegan Clara y sus hermanas
y la luna soberana
de la noche las halaga.

El mantel sobre la tierra,
un pan, un poco de agua,
vino y canto de cigarras
en que la selva se alegra.

Francisco ofrece su vino,
con palabras delicadas,
su alma tan enamorada,
les hablaba del Dios vivo.

Alababa su ternura,
su paz y misericordia,
su paciencia en nuestra historia,
su calor y su dulzura.

Les hablaba de su Hijo
muerto en la cruz por nosotros,
resucitado y glorioso
que en la Iglesia nos bendijo.

Y del Espíritu Santo,
Señor y dador de Vida,
fuente de toda alegría,
de la esperanza y el canto.

De la Madre del Señor,
Santa Reina siempre Virgen,
Madre de los que lo eligen
como esposo y salvador.

Ella, palacio y esclava,
casa, tienda y su vestido,
por quien el Verbo ha venido,
toda por Dios consagrada.

Alababa las virtudes
engarzadas en su trono
que como flores de aromo
perfuman sus actitudes.

Oh reina sabiduría,
simplicidad pura y santa.
Oh pobreza que levantas
el alma con tu alegría.

Hermana santa humildad
amiga de la paciencia
y hermana de la obediencia
que infunde la caridad.

Santos ángeles custodios,
virtudes que nos defienden
del enemigo rugiente,
de sus ataques y oprobios.

Quien una de ustedes tiene
tiene todas las demás,
encuentra en ellas la paz
y vive como conviene.

Confundida la avaricia,
la ambición e hipocresía,
Pobreza nos da alegría
desterrando la codicia.

La hermana simplicidad
en los ojos y en el alma,
es fuente de toda calma,
de alegría y sobriedad.

Sabiduría confunde
las insidias del maligno
y la obediencia es el signo
de Dios y su voluntad.

Estaba todos absortos
y contemplando al Amado,
a Jesús, el adorado
reflejándose en su rostro.

Y el fuego divino ardía
quemando sus corazones,
encendidos de ilusiones
que el Espíritu infundía.

Y el fervor era tan alto,
la devoción tan intensa
que se iluminó la selva
de un Amor sublime y casto.

Viendo el fuego desde lejos,
penando que era un incendio,
los habitantes del pueblo
corrieron a socorrerlos.

Y grande fue la sorpresa
de todos cuando llegaron
porque el fuego que encontraron
era el Amor de la Iglesia.

No era un fuego material
sino llamas de Amor vivo,
de Francisco y sus amigos
en el fuego primordial.

Fue esta la cena preciosa
y el verdadero alimento,
la comida y el sustento
de Clara, la fiel esposa.