San Juan de la Cruz, un camino espiritual

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

Web: Poesía religiosa y mística cristiana         

 

Desde el Éxodo del hombre hasta el Adviento de Dios  

          La Subida, la Noche, el Canto del espíritu y la Llama de Amor que consume y une la Trinidad en lo profundo del alma agraciada y transformada en Amor a través de un proceso de purificación y transformación interior y exterior en el que Ascética y Mística van de la mano, son los símbolos arquetípicos fundamentales a través de los cuales San Juan de la Cruz quiere transparentar un proceso de pedagogía divino-humana que tiene como meta una sola cosa: la Unión con Dios en la medida en que las posibilidades del hombre que todavía se encuentra anclado en las coordenadas del espacio y el tiempo lo permiten.

          No es difícil descubrir en la capacidad evocadora de la Subida al Monte Carmelo la reminiscencia vetero testamentaria de la dinámica exodal propia de toda vida humana y cristiana de fuerte raigambre bíblica.

          Justamente porque la montaña permite a San Juan unir el simbolismo ascensional de la dinámica ascética cristiana con aquel exodal, eminentemente místico. Movimiento de atrás hacia adelante y desde abajo hacia arriba simultáneamente.

          Si la subida desde la esclavitud de Egipto, símbolo de toda muerte, no sólo por su deshumanización sino también por su duración en el tiempo, ha inspirado en la edad Patrística la vida cristiana y religiosa (se puede poner como ejemplo la Vida de Moisés de S. Gregorio de Nisa) es porque en la teología del tiempo y de la historia el cristiano comienza a concebir su vida como el camino desde la nada hacia la plenitud, desde la muerte hacia la vida a través de una etapa intermedia (desierto) en la que lo definitivo se está de algún modo realizando ya en la misma dinámica de la salida-encuentro.

          El desierto como lugar intermedio espacio-temporal, lugar del camino, la prueba, la purificación pero también de la libertad, los oasis, los sueños y las utopías, permite abrir el horizonte simbólico del camino-desierto-vida  al del paso de la aridez hacia la plenitud paradisíaca prometida, no ya como regreso a un origen perdido, no ya en la nostalgia de un eterno retorno sino a un paraíso que se encuentra en la trascendencia de un adviento Divino permanente que en el fondo es el mismo que posibilita el Éxodo. Pero en este movimiento de trascendencia hacia adelante el éxodo desvela que el paraíso y el trascendimiento no es solamente hacia adelante sino fundamentalmente hacia adentro.

          Las coordenadas exodales del caminar humano se transforman en coordenadas de profundidad y altura por medio del símbolo del Monte (Sinaí-Carmelo-Tabor). El eje vertical del éxodo es entonces la salida del plano de la horizontalidad-mundanidad-apariencia para entrar en una dinámica de profundidad y ascensión como vehículo del encuentro con Dios.

          Es por eso que en la Subida al Monte Carmelo la ascensión por medio de la superación de los vicios y las imperfecciones (éxodo) y el desarrollo de las virtudes, hasta llegar a entrar plenamente en la dinámica de los Dones del Espíritu Santo, como condición de auto trascendencia, se refleja en la simbólica sagrada de la Montaña como lugar teofánico y epifánico de la Divinidad que en los últimos tratados pasará del Dios con nosotros como presencia reveladora del Reino ya comenzado (Emmanuel) al Dios con nosotros en el éxodo, la presencia unitiva y unificadora trinitaria y participativa en el interior del alma en la que se consuma el encuentro: el Dios en nosotros, hasta llegar al colmo de la experiencia místico-teándrica: la transformación en Dios por participación (tema central de la Llama.)

          Aquí la subida se vuelve descenso hacia las profundidades interiores del alma en la que el Amado  ha puesto su morada.

          Es por eso que la dinámica de las noches es un éxodo hacia el interior de uno mismo. Si tuviera que utilizar un símbolo moderno que me viene en mente y sería el de la obra "Viaje al centro de la tierra" diciendo que de lo que aquí se trata es del viaje al centro de uno mismo, al centro del universo interior, centro entendido como origen, fundamento y finalidad de la experiencia existencial-religiosa del hombre.

          El paraíso perdido se encuentra dentro de nosotros mismos y ese viaje hacia el interior de nosotros, de las cosas y de la realidad misma se realiza en una dinámica de creciente interiorización y serenidad:

 

"En una noche oscura…

salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada…"

         

          Mientras que para moverse en el mundo exterior se  podían utilizar medios adaptados a la exterioridad, en este mundo interior estos medios ya no sirven ni como luz para poder caminar ni como guía del camino para saber hacia dónde ir, ni como sostén interior afectivo-intencional que posibilite el lanzarse hacia la meta como por una atracción cuasi connatural-intuitiva.

          Es por eso que las noches vendrán como una consecuencia de la segunda etapa purificativa, la consecuencia de la acentuación del cambio de dinámica en la que el elemento divino-dinamizador comienza a prevalecer oscureciendo los otros modos de actuación y marcando la etapa en la que el peregrino comienza a moverse en el campo de las virtudes y los Dones del Espíritu Santo.

          El centro de este movimiento es el desarrollo de las virtudes como fruto y a la vez elemento dinamizador de la vida del cristiano.

          Del mismo modo que el que camina en la Noche o el que viaja hacia el centro interior de la tierra necesita otro tipo de luz para caminar, será ahora la Fe teologal la que deberá guiar en la oscuridad de la razón el camino a seguir en la certeza de las cosas que no se ven. El éxodo hacia el interior será un camino en la Fe. En este sentido la Fe es la virtud que purifica la razón y la inteligencia para poder asimilar las cosas de Dios. Un nuevo modo de ver las cosas, de aproximarse a la realidad desasido del soporte lógico conceptual y de categorías empírico-conceptuales para aprehender la realidad desde su fundamento último y absoluto, es la puerta que abre a la contemplación, no de la realidad de Dios, sino de la transparencia de Dios en la realidad. Una misma luz para ver la realidad, un nuevo código interpretativo   para leer la historia y los acontecimientos.

          La segunda potencia que se deberá purificar es la Memoria y esto toca a la virtud de la Esperanza. Es  la hora de purificarla tendencia regresionista, la nostalgia paralizante y los miedos que impiden el camino. Es la tendencia a volver a las cebollas de Egipto en las dificultades y a superar la falta de energía para poder mirar un horizonte incierto en el desierto viendo ya la meta más allá de los médanos.

          La concentración energética del hombre en su camino-ascensión-profundización debe colocarse hacia adelante y la memoria servirá solamente en la medida en que fundamente la confianza y la entrega al desafío del camino haciendo presente las maravillas realizadas ya por el omnipotente como garantía de las que aún deberá realizar. La memoria de un Dios que actuó con potencia en la salida de Egipto fundamenta la audacia del peregrino que ve ya realizado de algún modo su camino y adelantada su meta.

          Se supera, a través de la Esperanza, la dimensión paralizante de la memoria como fuente de miedos, como recuerdos inútiles de rencores acumulados, como aprendizaje repetitivo de caminos trillados y de modos de actuar que enfrentan la realidad  ya inadecuados para el nuevo camino comenzado.

          En la mente del peregrino no habrá  otro espacio que el que ocupe la expectativa de la meta como realidad ya comenzada y anticipada en la Esperanza.

          La Esperanza se vuelve ahora la fuerza movilizadora a través del deseo de lo que la Fe contempla más allá de lo que se ve.

          La realidad del Reino  concentrado en el Dios con nosotros, Jesucristo, como revelador del Padre y meta de las ansias del alma. EL Dios encarnado se transforma en "el Amado".

          De aquí que la tercera purificación corresponda a la Voluntad, al mundo de los afectos, a la capacidad misma del hombre de amar y ser amado, a la fuerza motriz  fundamental de la existencia, informada por el Amor sobrenatural que es Dios mismo derramado en nuestros corazones.

          El hombre deberá aprender a moverse en la dinámica del amor y del amor sobrenatural como único fundamento de su actuar como posibilidad de su auto trascendencia en Dios. El amor de Dios hasta el olvido de sí mismo como condición del encuentro verdadero y gratuito donde el yo se funde en la unidad amorosa y trinitaria del Matrimonio Espiritual.

          Por la caridad teologal el hombre aprende a vivir de Amor, actuar por amor y desear como única meta de su vida y de su historia, como centro de su religiosidad el amor hasta la muerte de Amor como posibilidad del encuentro definitivo en el que amada y amado sean una sola cosa.

 

"Oh noche que juntaste amada con amado…

amada en el amado transformada…"

 

          La noche será, en esta dinámica, el símbolo central de la dinámica del encuentro, noche como posibilidad de adquirir una nueva luz en otra dimensión existencial, noche como serenidad de un caminar en fe movido por el motor de la esperanza que no defrauda, noche como lugar privilegiado de los enamorados que saliendo del mundo exterior se recrean en el encuentro, en la unión deseada en el auto trascendimiento mutuo.

          La noche como dinámica de despojo y posibilidad de recreación a partir de una dimensión existencial nueva tanto activa que pasiva, de los sentidos y del espíritu.

          Mas allá de la actividad propia del hombre para purificarse y liberarse de los obstáculos que le impiden su éxodo, propio del trabajo   ascético tanto a nivel de los sentidos  (mundo material externo) como a nivel espiritual (mundo interior, espiritual, afectivo-volitivo e intelectual) cuenta sobre todo la purificación verdadera y profunda que Dios mismo realiza en nosotros.

          Dado que la purificación, el éxodo, llevado adelante con nuestras propias fuerzas, que son también gracia y por ella están movilizadas, será siempre insuficiente, llega el momento, aunque forma ya parte de todo el proceso ya que las diversas etapas no son netamente subsiguientes sino concomitantes, en que Dios toma la iniciativa del éxodo-purificación y el hombre se vuelve receptor de la purificación de Dios. Se llaman de este modo purificaciones pasivas aquellas por las que Dios nos ayuda a  liberarnos de todo lo que nos impide el encuentro con él en la desnudez de la Fe, la audacia de la Esperanza y el  amor incondicional.

          Estas purificaciones o noches son, también aquí, relativas al mundo exterior o de los sentidos: pobreza, pérdida de cosas importantes,  trabajo, bienes, salud, amigos, país, etc. Pueden ser también a nivel espiritual: fracasos infundados, desprecio, calumnias, desamor, enemigos y toda una serie de despojos exteriores y sobre todo interiores que bien aprovechados tienen como única finalidad el aprender a vivir de Dios como lo único y necesario, hacer carne e historia personal el "sólo Dios basta" de Santa Teresa.

          Y en esta dinámica purificatoria, sobre todo, el alma se debe desprender de  Dios mismo como objeto de placer, posesión y gozo y deben desaparecer todos los modos inadecuados de vinculación con Dios para superar la terrible y sutil tentación de poner a Dios a nuestro servicio o en función de la satisfacción de mis necesidades y carencias, para llegar a vivir la total gratuidad del Amor. Para llegar auténticamente a la unión amorosa con el Amado hay que haber renunciado al Amado mismo.

          El deseo de Dios implica para la consecución de su fin la renuncia a la posesión del bien deseado.

          Esta será la noche más terrible en la que el peregrino camina habiendo dejado el mundo y sintiendo el abandono del Amado.

          Es la purificación por el abandono como Jesús en la cruz: Padre, ¿por qué me has abandonado?

          Esta será la última prueba de esta metamorfosis espiritual en el paso del sí mismo al vivir de Dios como única realidad consistente y consistencia de toda realidad.

          Saliendo de esta purificación, en la pobreza libre del que ha puesto toda su riqueza en Dios, el hombre comienza cada vez más a moverse en una dinámica epifánica de juego amoroso de encuentro-desencuentro, de búsqueda en ansias de Amor, de consolación-desolación y moviliza y ejercita siempre más el ejercicio de las virtudes, especialmente las teologales hasta poder vivir en unión de amor con el Amado, camino que se describe como una obra maestra en la que considero la obra central del Doctor místico: el Cántico Espiritual.

          Teniendo como vago trasfondo la dinámica amorosa de búsqueda-encuentro del Cantar de los cantares, el Cántico expresa en categorías lírico-espirituales la dinámica amorosa de quien sale de sí mismo en busca del Amado, dinámica exodal de salida, subida, viaje hacia la profunda esencia de uno mismo hasta llegar a su encuentro en el adviento del Amado mismo que ha salido también en busca de su amada en el misterio de la encarnación de un Dios que se ha hecho presencia amorosa no solamente para la humanidad en general sino para mí. El éxodo de la Amada en búsqueda se encuentra, en Alianza amorosa, con el Adviento del Amado que ofrece su misterio como confluencia de dos búsquedas amorosas complementarias. Pues en esta profundidad es Dios que se encuentra a sí mismo en la dinámica del Amor del hombre  que desea unirse al Amor del que proviene. El éxodo es ahora camino de regreso trascendido hacia el centro de sí mismo y de la realidad de la que proviene como último fundamento: el Amor desbordante de Dios extasiado en la creación y autorrealizado en la consumación del regreso amoroso como anticipación en Fe, Esperanza y Amor, de la consumación amorosa final del Universo.

          El Cántico, preñado de lírica nupcial, canta la gloria de la obra que el Amado va realizando en su amada, suscitando la salida de sí, la búsqueda fuera de sí, la penetración auto trascendente en la propia interioridad hasta alcanzar la raíz del sí mismo como lugar del encuentro unitivo. El amado es el que suscita, atrayendo al encuentro en plenitud de vida más  allá del olvido y del despojo en aras del amor puro.

          La misma existencia de la Amada en búsqueda amorosa se transforma en canto como liberación pura de un espíritu que trascendiéndose se encuentra en una dimensión superior de existencia transformada en epifanía del Amor.

          La última etapa que ya se vislumbra es la metamorfosis espiritual última como preludio de la celestial que se espera y es la transformación en Dios por participación anticipada en la autoconciencia y auto experiencia en gracia de la Inhabitación trinitaria en el fondo último del alma cantada inigualablemente en la coronación de la obra mística Sanjuanista: Llama de amor viva.

          Si toda la obra de santificación del hombre es obra del Espíritu Santo, a medida que se avanza en el proceso de transformación amorosa se va produciendo así mismo un pasaje de la actividad a la pasividad, de la obra humana a la divina, de la ascética a la mística propiamente dicha.

          Si en ningún momento esta doble componente de la dinámica espiritual llega a anularse en uno de sus términos de oposición-cooperación, podemos decir que a medida que se avanza en el proceso va prevaleciendo uno de los mismos.

          De una etapa meramente humana empieza a prevalecer la dinámica de las virtudes teologales y la acción transformante de los dones del Espíritu Santo ya que es el mismo Espíritu el que en el proceso místico como Amor increado, produce una asimilación progresiva del alma enamorada en sí mismo.. Toda la dinámica de la Llama es el canto enamorado de esta transformación en el Amado producida por la llama de Amor viva actuante en el alma que es el Espíritu Santo, el mismo Espíritu del Hijo, del Amado, que es el Amor mismo entre el Padre como origen amoroso y el Hijo como fruto eterno generado desde siempre por obra del amor entregado transformado en gratuidad amorosa que devuelve al Padre el Amor donado.

          Este espíritu que es el origen y la posibilidad de la búsqueda amorosa y al mismo tiempo la meta de la misma, que es la transformación en Dios (Amor), permite al alma transformada en amor la Divinización participada.

          Por medio del símbolo del leño que se va quemando hasta volverse llama, San Juan trata de dar a entender las etapas ininterrumpidas de este camino de transformación y consumación de Amor en el Amor  (llama) de Dios.

          Mientras dura el peregrinar terreno el lugar del encuentro amoroso será el fondo del alma en el que el Amado inhabita hasta que superados los limites de esta vida espacio-temporal, rota la tela que separa, el trascendimiento amoroso se vuelva éxtasis y auto posesión recíproca y amorosa en la visión beatífica.

          La dinámica de encuentro en la Alianza amorosa que la trinidad realiza con el hombre tendrá, también en el camino místico, su punto de contacto en el Verbo encarnado y quizá sea éste uno de los elementos particulares de la mística amorosa y transformante Sanjuanista. En la dinámica del Amor Cristo es el centro y el único mediador.

          El Espíritu, Amor divino increado y participado, tiene como misión hacer presente al Verbo en el alma y hacer presente el alma, en la intencionalidad amorosa en el seno mismo de la trinidad. La dinámica amorosa del alma en su movimiento exodal hacia el Adviento divino se transforma en encuentro amoroso con el Dios hecho presencia histórica espacio-temporal por amor.

          El Amor al Verbo encarnado en el que el alma queda transformada por intencionalidad amorosa termina por anclar al hombre en el mismo seno de la Trinidad. Esta es la obra del Espíritu Santo.

 

BIBLIOGRAFIA :         

Fuentes:

SAN JUAN DE LA CRUZ: Subida al Monte Carmelo, Noche oscura, Cántico espiritual, Llama de amor viva.  Obras completas, BAC. Madrid, 1982.  

Estudios:  

BERNARD, CHARLES: IlDio dei mistici I; Le vie dell'interiorita. Milano, 1996.

COGNET, LOUIS: La Spiritualita Moderna. La scuola Spagnola, 1500-1650. Bologna, 1973.

MORETTI, ROBERTO: San Giovanni della Croce. Guida all'unione con Dio. Roma, 1990.

PACHO, EULOGIO: Vértice de la poesía y de la mística. El cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Burgos, 1983.

VILLAREJO, PEDRO:  Que voy de vuelo. Biografía literaria de San juan de la Cruz. Buenos Aires, 1991.