Mi amado es... (Cant. 5,10-16)

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

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Mi amado en sus cabellos lleva
la fuerza de volcanes apagados,
el brillo del sol en primavera,
la espesura de bosques milenarios.

Su perfume de nardo me recrea
y el aroma del mar en que me embriago
me sumerge en la brisa que me lleva
por un sendero de almendros y castaños

Su frente como el sol de la mañana
se levanta altiva entre los montes,
sus mejillas de ocaso encienden mis entrañas
enrojecidas como el sol cuando se esconde.

Sus ojos son oscuros, profundos y cercanos,
en ellos brilla radiante el lucero de su encanto,
son pájaros en mi cielo sus reflejos en el lago
y cuando miran me enciendo en lágrimas bañado.

Su mirar penetrante como perfume de un prado,
como un parque de jazmines entre jacintos dorados,
como el mar entre las sombras de una noche de Verano,
como los tilos en flor en las orillas del lago.

Su mirar cala tan hondo que no puedo no mirarlo,
me penetra y me sondea hasta con ojos cerrados,
se sumerge en mis adentros y me deja enamorado,
atrapante, cautivante, como un sol ensangrentado.

Su mirar azul marino profundo, huracanado,
tiene la fuerza del mar en sus mareas,
es como un zafiro azul preñado de centellas
o esmeraldas mojadas por las olas en el acantilado.

En sus ojos brilla la ternura de una mañana nueva,
una dulzura distinta, única y radiante,
una paz acogedora, una ilusión esperanzada y cautivante,
un volar de mariposas en eterna primavera.


Sus mejillas suaves de terciopelo y de brocado,
cultivadas de lirios y narcisos aromados,
sonrojadas a la luz de rubíes y topacios
entretejido en sus barba el perfume de jazmines y naranjos.

En su aliento de azahar, de menta, de manzano,
como una brisa de estío, fresco y reposado,
como un aroma de pinos y eucaliptos perfumados,
como el heno que se extiende amaneciendo en el prado. 

Como el rocío que el trébol acaricia con cuidado,
o fragancia de valles escondidos a su sombra recostados,
como el sendero sutil del bosque en prémulas bordado
o sereno nocturno en la playa de un océano encantado.

Panales de misterio son sus labios,
un torrente de miel y mirra que regala,
el pozo de la hondura en que el Amor se embriaga,
la bodega del vino mejor que saboreamos.

Su Palabra es todo Él y al pronunciarse me enamora
envolviéndome penetra mi mente y mis entrañas acrisola,
es bálsamo de paz que me acaricia, murmullo de las olas
que acariciando empapan la playa de mis días y mis horas.

Su paladar es bodega de virtud embriagadora
en la que ofrece el licor de la vida siempre nueva,
elixir de hierbas aromadas de eterna primavera,
sabiduría con sabor de Amor que emborrachando regenera.

Toda su boca es fuente del Amor primero
en la que se bebe el vino bueno hasta saciarse,
bastaría sentir su perfume para enamorarse
y desearlo para llegar hasta su encuentro.

Es su pecho ardiente como arenas de un desierto místico y arcano,
como un trigal ondulante preñado del Sol y de sus rayos,
como amapolas ardiendo en praderas junto al lago,
como tejido en turquesas y rubíes en perlas engarzados.

De roble son sus piernas esculpidas en marfil dorado,
sus brazos de ébano y cedro, de incienso y alabastro,
vibrantes de ternura, cálidas y fuertes son sus manos,
sus pies seguros de caminante y peregrino, están alados.