Mensajeros de Amor entre los hombres

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

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Mensajeros de Amor entre los hombres,
mis ángeles te cuidan y te llevan
por el camino que hasta mi casa llega,
el hogar que te preparo entre los montes.

Son signos de mi Amor los manantiales
en los que bebiste mi gracia hasta saciarte,
los frutos que en el huerto cultivaste,
las azaleas, los tilos y rosales.

Era mi amor que peregrino te cuidaba
cuando en las noches el camino se perdía;
fueron mis ángeles tu protección y guía
cuando las noches se ofrecían estrelladas.

Era mi Amor el que en el lecho te acunaba
cuando cansado de la labor dormías
y era mi mano amorosa que te protegía
de los peligros del maligno que acechaba.

Era Yo el rocío fresco en la mañana
que sobre el trébol de tus noches se extendía;
era la brisa fresca y perfumada en que sentías
las caricias de mis dedos en tu cara.

Era Yo en la luz entrando en tu ventana
que te despertaba con su beso cada día
y era el calor de mi pecho al mediodía
el que el tuyo, amando, calentaba.

Y en el atardecer en que el sol languidecía
el rojo de mis venas te entregaba
para que bebiendo del vino de mi corazón en llamas
te adentraras en la noche embriagadora de mi vida.

Era yo el ritmo al sucederse de los días,
las horas palpitando en tu pecho, las semanas,
los aniversarios, las fiestas y la Pascua
que te preparaba a celebrar mi día.


Yo estaba también en los silencios
cuando, callado, tu sueño acompañaba,
cuando el dolor tu amor purificaba
y mi ausencia te dejaba en el desierto.

Allí estaba también mi Amor entre las rocas,
mostrándote un oasis en medio de la nada,
cuando el calor de la arena sofocaba,
te mandaba mis nubes y su sombra.

Nunca dejé de quererte, cuando parecía te olvidaba;
ni de hablar en el susurro imperceptible de mi gracia.
Contigo estuve siempre y estaré mañana,
te brindo una certeza, mi Amor no se retracta.

Por eso hoy quiero unirte a mi pecho enamorado,
sumergirte en mi Amor y allí perdido
adornarte de luz y en la blancura de los lirios
vestirte de mi gracia y mi cuidado.

Hoy quiero desposarte en Amor transfigurado,
iluminar tu rostro con la luz del cielo,
mi Espíritu donarte y suprimir el velo
de la distancia que te separa del Amado.

Te desposaré conmigo en la paz y en la justicia,
tu llama será el fuego que en mi corazón ardía,
serás mi zarza ardiente y llama de amor viva
y cuando el tiempo se acabe, quedará la dicha.

Yo soy el que esperaba paciente tu regreso del pecado,
el que inspiraba el dolor arrepentido de las faltas,
la fuente liberadora y pura de las lágrimas,
el que te recibía gozoso en un abrazo esperanzado.

El que en la herida de mi costado salvador te sumergía
y te cubría con la sangre sanadora de mis llagas,
el que en cada gota derramada de sangre te besaba
y con el manto de mi pasión liberadora te cubría.

El que en la fuerza de mi Espíritu Santo te impulsaba
para recorrer el sendero sinuoso de la vida,
el que en mi Verdad tu inteligencia sumergía
cuando orante, mi misterio contemplabas.


Yo soy la fuente del Amor hermoso
que en el soplo de sus dones te envolvía
elevando tu naturaleza pobre a mi medida.
Yo soy la imagen reflejada en la hondura de tus ojos.

Soy el manto encendido de Amor de las estrellas
que cubre tu misterio en la noche serenada,
el que en su luz vibrante cautiva tu mirada
y te revela el alma de las cosas bellas.

Yo soy del universo el Alfa y el Omega
de tu vida principio y fin, camino y meta,
el horizonte de tu mirada que despierta
y el norte cierto de tu barca que en el mar navega.

Yo soy el navegante que de noche llega hasta tu puerta,
el que golpea el corazón para dejarlo prisionero,
el brillo cristalino de la fuente del Amor primero
que enciende tu mirada en el Amor que todo llena.

Soy el que ausente te mantiene cautivado,
el que me quedo en el recuerdo de los besos,
el que en la ausencia mantiene el corazón despierto,
el que en sus visitas te deja enamorado.

Soy el Amor navegante que atraca en las entrañas de tu puerto,
el que perfuma las noches en tu lecho,
el que sujeta sus amarras en tu pecho,
el que confiando fielmente esperas de regreso.

Yo soy la intimidad de tu súplica confiada,
el aliento suave que desde tu pecho se desliza,
el palpitar que en el alma tus heridas cauteriza,
el que lleno el corazón y deja tu mente cautivada.