La transfiguración

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

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Ya sube Francisco al monte
pues su Señor lo ha llamado
parecen sus pies alados,
el mundo en el horizonte.

Seis días van de camino
el sendero serpentea
y en brotes de primavera
le anticipa su destino.

Pascua en la naturaleza
brotes de amor y de gracia
perfumado está de acacia
de altea, de nardo y frambuesa.

Se ha hecho camino su vida,
su alma, sendero y fiesta
y una música perfecta
del corazón le surgía.

Canto, sol y algarabía
de un fuego intenso y profundo
en el que quemaba el rumbo
del sentimiento que ardía.

Camina Francisco en medio
de un bosque que es sinfonía
sentimiento y armonía
de ilusión que vence el tedio.

Es su paso peregrino
en búsqueda de absoluto
su cuerpo pequeño, enjuto,
hecho de pájaro y trino.

Seis días van de camino
y el Señor que lo ha llamado
parece que se ha callado,
sopla el viento vespertino.

En la cima hay una roca
esculpida por el tiempo
por la brisa y el lamento
del monte que ya lo invoca.

Y Francisco la contempla
como signo de su amado,
está herida en su costado
y un manantial surge de ella.

Agua fresca y cristalina
de una fuente misteriosa
desde la entraña amorosa
del monte que la origina.

Riega la hiedra y florecen
las prímulas, las violetas
y el amancay en las grietas
que entre las rocas se ofrecen.

Bebe Francisco en la fuente
su espíritu se renueva
y el canto se regenera
de aquel jilguero silvestre.

Entona un cántico nuevo
que le brota desde el alma
y apacigua con su calma
la voz potente del trueno.

De repente el canto envuelve
la cima del monte umbrío
ya es de noche y hace frío
la luz del sol que se pierde.

La roca está iluminada
de una blancura estupenda
y el cielo planta su tienda
en la montaña sagrada.

Envuelve la luz la cumbre
de sus ansias sublimadas
y un águila enamorada
su corazón le descubre.

Águila y luz, la mirada,
que en las alturas se funde
en un encuentro que es cúlmen
del peregrino y sus ansias.

Brilla la roca y alumbra
el corazón que contempla
que de su luz se alimenta
enfrentando la penumbra.

Brilla su luz e ilumina
los ojos que la buscaban
e implorantes suplicaban
consuelo y sabiduría.

La roca se manifiesta
en una luz que encandila
y penetrando en el alma
fecundándola se anida.

Compenetra la conciencia
y en el corazón palpita
la gracia que la inhabita
destilando su clemencia.

Todo transforma y embriaga
todo colma e ilumina
con la fuerza matutina
de aurora que no se apaga.

Anticipo de la esencia
eterna del universo,
del corazón que en un verso
se postra ente su presencia.

Postrado Francisco adora
del Señor su teofanía
es luz la fe que confía
y de la luz se enamora.

Anticipo de la gloria
que ya brilla en su conciencia
embriagante permanencia
que inhabita su memoria.

Francisco se ha vuelto luz
y en el bosque se ilumina
aquel que llegó a la cima
en el amor de Jesús.

Su Espíritu es ya morada
de esa luz eterna y pura
que su camino asegura
y es sol de nueva alborada.

Baja Francisco del monte,
su rostro transfigurado
su corazón transformado
se funde en el horizonte.

Va cantando melodías
que se funden en el viento
absorto su pensamiento
en el Señor de sus días.

Se eleva ya la mañana
y el sol todo lo domina
calmo Francisco camina
descalzo por la montaña.