La ministerialidad carismática

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

Web: Poesía religiosa y mística cristiana

 

 

Un solo Espíritu: carismas y ministerios

 

“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos.

A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común,

Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas.

Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.” (1Cor 1, 4-11)

               

La Iglesia es el lugar en el que el Espíritu de Jesús realiza nuestra salvación según el proyecto de Dios Padre. Por su naturaleza es toda carismática, toda ministerial y toda orgánicamente operativa. Cada cristiano está dotado de un don-carisma que lo hace idóneo para realizar un servicio-ministerio y para realizar su propia función-actividad para que el cuerpo de Cristo sea edificado en la caridad con la colaboración de todos sus miembros (1Cor 12,7-27; Ef 4,16).

La renovación en el Espíritu que nació en la Iglesia para la renovación de la misma Iglesia no puede no derivar su carismaticidad, ministerialidad y operaciones sino de la misma Iglesia que el sacrificio de Cristo ha vuelto toda gloriosa, santa e inmaculada (Ef. 5,26-28).

El Concilio Vaticano II ha llamado la atención sobre los ministerios laicales, llamados “de hecho”, “no instituidos”, que se agregan a los “ordenados” e “instituidos”. Estos ministerios son preciosos para la vida de la Iglesia y acentúan el dinamismo y la misionariedad a la que los fieles laicos están llamados en razón de su bautismo (CL 21-24).

En el crecimiento de los grupos y comunidades renovados desempeñan un rol importante los ministerios carismáticos, o sea aquella ministerialidad laical sostenida por un carisma particular concedido por el Espíritu a la que se abren los hermanos luego de la oración para la efusión del Espíritu.

 

Identidad carismática y misión

 

Algunos elementos fundamentales de discernimiento para una comprensión más profunda de la vida carismática y ministerial dentro de los grupos/comunidades deben ser señalados.

Son los carismas los que señalan la misión de la Renovación mucho más que su identidad:

*         Focalizan la atención de todos en la presencia y acción del Espíritu en la Iglesia y el mundo;

*         Dan testimonio de una nueva e incisiva acción de la gracia (ministerialidad) concedida a los bautizados que se dejan usar por el Espíritu Santo para renovar la Iglesia y edificarla;

*         Ponen en evidencia el paso poderoso de Dios en la historia, como signos distintivos y extraordinarios de la Iglesia comprometida en la evangelización de un mundo alejado de Cristo.

 

Es por esto que la “corriente de gracia” carismática se explicita en una dimensión externa en manifestaciones visibles de carismas que son los “ministerios comunitarios”.

Desde el carisma se pasa al ministerio como de la unción del Espíritu se pasa a la misión. De esto da testimonio Jesús en la sinagoga de Nazareth, cumpliendo la antigua profecía de Isaías sobre “la efusión del Espíritu” (Lc 4, 18-19: Is 61, 1-3).

Los carismas son para la misión y los ministerios con la explicitación visible de esta llamada divina. Vienen de Dios, que elige, llama y manda.

Es necesario desterrar una cierta mentalidad que ve los ministerios de modo autónomo, frecuentemente concebidos de modo “privado y estático”, como si fuesen privilegio de pocos elegidos.

 

٭          Los ministerios carismáticos son eclesiales,

٭         forman parte de un conjunto armónico,

٭         viven en una relación dinámica y tienen razón de ser solamente en su encontrarse y completarse,

٭         forman una unidad con el único ministerio de “Cristo-siervo” (sacerdote, rey, profeta), al que todo animador debe mirar y sobre el cual debe moldearse.

 

La diversificación de los carismas, de los ministerios, de las operaciones revela la realidad de la gracia, Cristo Jesús: su Cuerpo se hace visible en la multiplicidad de los miembros y su ministerio se manifiesta en la multiplicidad de los ministerios comunitarios.

 

Ministerios: un medio y no un fin

 

En la experiencia de los grupos es necesario alejar la tentación de buscar la ministerialidad para “institucionalizar” las acciones carismáticas y crear otras estructuras más allá de de los servicios pastorales.

Los ministerios son un “medio” de la visa comunitaria y no un “fin” dentro del único grupo/comunidad.

Si los ministerios tienden a volverse estructuras estables, totalizantes, desenganchadas del ministerio pastoral, del que son expresión, (grupos en el grupo), estos ministerios terminan traicionando su misma naturaleza comunitaria. Cuando sucede esto, los carismas no se desarrollan sino que se ahogan.

Los carismas “distinguen” no dividen.

Los ministerios individualizan un servicio distintivo, pero no dividido del grupo, de su camino; son diaconías al servicio del proyecto pastoral del grupo/comunidad y de toda la Iglesia.

Los carismas conducen a los ministerios que unen y no separan la obra de Dios, que cualifican la vida de comunión del grupo/comunidad, definiendo la identidad del cuerpo.

Debemos pedir al Espíritu que haga que nuestras comunidades sean todas carismáticas y ministeriales por medio de la cooperación de cada uno de los miembros de la comunidad en lugar de ser ministeriales por medio de la contribución de pocos, con discernimientos apresurados, humanos o desligados de la visión comunitaria.

Cuando hablamos de ministerialidad debemos recordar que:

 

*         la premisa es el discernimiento comunitario carismático,

*         la base es siempre la comunión y la participación de todos,

*         la finalidad es la edificación de la única comunidad en la única forma posible que es la de la caridad fraterna.

 

Los hermanos, como don del Espíritu.

 

Los ministerios carismáticos no son proyectos sobre el papel, aunque estén organizados y pensados. Son respuestas providenciales de Dios a las necesidades de la comunidad, soluciones creativas del Espíritu, no del hombre.

Si el Espíritu dona los carismas que se necesitan para la vida del grupo nosotros pedimos al Señor que nos muestre, a través del discernimiento, cómo ponerlos al servicio para el bien de todos.

Pero si, no obstante las expectativas, los dones necesarios no se han manifestado o en el discernimiento profético no somos capaces de ver su manifestación, entonces, no podemos improvisar diaconías vacías, mantener ministerios que no producen frutos espirituales, porque no está fundados sobre algún carisma.

La atención a los carismas debe estar acompañada por la atención hacia los hermanos: es en vista de su progreso espiritual (edificación) que Dios regala los carismas .

No puede existir una ministerialidad que, para salir al encuentro del bien común, margine, deje de lado o mortifique  a los hermanos, sus expectativas, su crecimiento. No hay ministerialidad vivida auténticamente si el Espíritu no quiebra el primado de las iniciativas personales y la centralidad que paraliza funciones comunitarias.

Es siempre útil el criterio de la sumisión recíproca a la que nos llama el Espíritu como lo recuerda San Pablo en la carta a los Corintios con respecto a los carismas comunitarios (1Cor 14, 32-33): lo que es bueno y justo para los otros vale también para mí.

Es necesario escuchar con gran celo la voz del Espíritu: es siempre Él que decide, que elige a quién mandar; en toda experiencia ministerial los tiempos y modos están en su poder.

Nos toca a nosotros en el discernimiento comunitario, la comprensión de qué y cómo lo debemos hacer: “el Espíritu Santo les enseñará todo” (Jn 14,26);

“...los guiará a la verdad completa y les enseñará las cosas futuras” (Jn 16, 13-14).

Solamente el Espíritu nos puede ayudar a entender que los ministerios son expresión del “ser comunitario” y no del “hacer”: son llamadas de Dios dirigidas a la comunidad que se concretizan en una finalidad apostólica indicada por el mismo Espíritu.

Por lo tanto los ministerios no permanecen estables en las personas sino en el grupo o en la comunidad, incluso cuando los hombres los puedan abandonar o no estén más disponibles para el servicio: el Espíritu encontrará otros caminos para expresarse, otros corazones dóciles de los cuales servirse para continuar edificando la comunidad.  

Miembros de un mismo cuerpo  

Debe madurar siempre más la convicción de que todo el grupo es carismático y ministerial, que no hay solamente algunos líderes en actividad y otros que se benefician de este servicio.

Todos están llamados a dar además que recibir (Gal 5,13).

Todas las funciones ministeriales están en función del crecimiento de la comunidad por medio del testimonio de todos. No se trata de alguno que actúa en nombre de los demás: es el Espíritu que “obra todo en todos” (1Cor 12,6), aunque a “cada uno da una manifestación particular del Espíritu” (1Cor 12,7).

Llama la atención en la metáfora del cuerpo de san Pablo que nos recuerde que cada miembro es honrado en el conjunto del cuerpo (1Cor 12,27).

Incluso aquellas personas que aparentemente no tienen carismas particulares, son importantes a los ojos de Dios. Frecuentemente estos hermanos representan la gran riqueza de Dios: su fe, su piedad, su pobreza, su silencio grávido de oraciones y sacrificios son capaces de abrir las puertas del cielo y merecer bendiciones y misericordia sobre toda la comunidad.

Este concepto de servicio recíproco en la unidad y en la sumisión recíproca indicada por la caridad, pone en evidencia dos elementos importantes en la vida comunitaria:

 

·                              el cuerpo (comunidad) contribuye el bien del crecimiento de todos sus miembros, los más débiles y los más fuertes.

·                              Cada miembro (hermano) contribuye al bien y al crecimiento armonioso de todo el cuerpo.

 

La importancia del interés de la comunidad  más allá del individuo nos lo recuerda el apóstol:

 

“Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores  a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás.” (Fil 2,3-4).

 

En este contexto la afirmación “superiores a sí mismo”, indica que el hermano merece siempre mi servicio, y que seré tanto más inútil (Lc 17,10) cuanto menos habré hecho lo que el Señor espera de mi, o sea que sirva a mis hermanos en la medida de los dones recibidos (Mt  25, 14-30).

El cristiano renovado y animado por el Espíritu vive entre los hombres y con los hombres; conversa, se comunica con ellos, se relaciona con todo lo que lo circunda sin prejuicios ni cerrazones.

Característica del hombre espiritual es la apertura constante a las novedades de Dios (Is 43, 18-19), de las que no puede prescindir para vivir la historia con una mirada llena de estupor.

De este modo los grupos/comunidades deben ser lugares de acogida, siempre abiertos como el albergue en que los encargados no se cansan de recibir a los amigos necesitados del buen samaritano (Lc 10,29-37).

Es Jesús el que nos enseñará cómo servir a nuestros hermanos (ministerios)(Lc 22,27; Jn13,15-17) y no nos hará faltar las gracias necesarias (carismáticas y sacramentales) para que nuestras “posadas” (grupos/comunidades) no carezcan de nada (carismas y ministerios) (Jn 1,16; 1Cor 1,7; 2 Cor 9,8).