La hermana muerte

Autor: Fray Alejandro R Ferreirós OFMConv

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Volvió el Santo a Galilea 
donde había comenzado 
y el Señor le había entregado 
su fraternidad primera. 

Allí, en Santa María, 
al amparo de su Madre 
terminó de despojarse 
de lo que aún poseía. 

Entregó el hermano cuerpo 
mientras perdón le pedía 
por todo lo que sufría, 
tan despojado y maltrecho. 

Y sus descuidos pagaba 
cuando a Jacoba pedía 
aquel dulce que sabía 
al Santo más le gustaba. 

Un pan blanco hecho de almendras, 
tan dulce como su alma, 
que recordaba la calma 
en que Dios creó la tierra. 

Llegada su última hora 
tomó el pan y lo bendijo 
y rodeado de sus hijos 
se los dio para que coman. 

En el pan les daba su alma 
de padre, hermano y amigo: 
Hijos míos, los bendigo 
y les perdono sus faltas. 

Reconciliado con todos 
se fue al cielo perdonando, 
pobreza y paz entregando 
como su único tesoro. 

Hermanos, yo hice mi parte, 
muestre el Señor la de ustedes, 
a la Iglesia sigan fieles, 
que el Evangelio los guarde. 

Pidió que lo colocaran 
desnudo sobre la tierra 
y en el misterio que encierra 
la madre lo sepultaran. 

Desnudo en Cristo desnudo 
se entregó a la hermana tierra, 
lloraban hasta las piedras 
junto a su cuerpo menudo. 

Se cumplió en él el misterio 
que lo transformó en su Amado, 
que lo escondió en su costado 
y lo hizo heraldo del Reino 

Lloraban la selva, el monte, 
el río, el mar, las cascadas 
y una nube huracanada 
desgarraba el horizonte. 

El cielo expresó su duelo 
en lluvia desconsolada 
y en rayos que demostraban 
el desgarro de su pecho. 

Las rocas que contuvieron 
su encuentro crucificado 
de dolor se han desgarrado 
y en grietas su vientre abrieron. 

Los hijos de la foresta 
llegaron a acompañarlo: 
un oso, un lobo, un leopardo, 
cabras y algunas ovejas. 

Liebres, zorros, unos ciervos, 
reptiles, cuises, faisanes, 
conejos y hasta caimanes, 
las palomas y los cuervos. 

El bosque entero ardió en llamas 
de un Amor sin precedentes 
y convocada la gente 
contempló cuanto lo amaban. 

Ninguno faltó al encuentro 
porque todos querían verlo, 
contemplarlo, retenerlo 
y grabarlo en su recuerdo. 

Los ángeles lo llevaron 
en una nube radiante 
hacia el Cristo que reinante 
recibe a los que lo amaron. 

Y a medida que subía 
su alma, en luz transformada, 
la noche se iluminaba 
y en el mundo amanecía. 

En una nube de alondras, 
que su alma acompañaban 
y su brillo reflejaban, 
el llanto se hizo victoria. 

Amaneció en un segundo 
y el sol de una nueva aurora 
viendo a Francisco ya implora 
paz y perdón para el mundo. 

Él era el árbol plantado 
en las orillas del río, 
del Espíritu divino 
del que vivía embriagado. 

Él era la tierra buena 
que se entregó a la semilla 
del Reino y su maravilla 
y se volvió Buena Nueva. 

El heraldo del Gran Rey 
cuya vida es su proclama, 
de Aquél que tanto nos ama, 
el Pastor de nuestra grey. 

Él era el arroyo vivo 
que nos trajo el agua pura 
de la fuente que nos cura 
del desamor y el olvido. 

La Palabra que encarnada 
en su vida y su memoria 
lo engendró para la gloria 
que le estaba preparada. 

Era el ungido divino 
en Cristo transfigurado, 
el hombre que, rescatado, 
muestra a todos el camino. 

El Cristo del Medioevo, 
profeta de todo tiempo, 
de la Trinidad, el templo, 
del Amor, su mensajero.