Grupos y asambleas de oración: redescubrir la alabanza

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

Web: Poesía religiosa y mística cristiana    

 

 

Uno de los fenómenos característicos de nuestro tiempo y en dinámico crecimiento es la aparición de variados grupos y asambleas de oración, ligados especialmente a la gran corriente de la Renovación en el Espíritu en todas sus variadas formas y vertientes. Encontramos desde expresiones pequeñas de unas seis diez personas reunidas en una casa hasta grandes asambleas que congregan semanalmente cientos de fieles con una sola finalidad: orar, adorar, alabar a Dios.

Según estadísticas oficiales de mínima, correspondientes al año 2000, existirían vinculados solamente a la Renovación en el Espíritu católica, unos 150.000 grupos de oración en el mundo, de los cuales dos terceras partes se encuentran en América Latina.

Escribía recientemente el Papa Juan Pablo segundo a las comunidades carismáticas de Alianza: “... doy gracias a Dios por la manera en la que vuestras comunidades ayudan a las personas a experimentar profundamente el misterio de la oración, de forma que lleguen a ver ‘la gloria de Dios en el rostro de Cristo (2Cor 4,6). ...Que sean vuestras comunidades, por lo tanto, más y más ‘auténticas escuelas de oración’ donde el encuentro con Cristo es expresado no solo en implorar ayuda sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y devoción ardiente, hasta que el corazón verdaderamente ‘se enamora’ (NMI,33). Porque esto es lo que los santos son: personas que se han enamorado de Cristo. Y esta es la razón por la que la Renovación Carismática ha sido tal regalo para la Iglesia, ha conducido un gran número de hombre y mujeres, jóvenes y adultos a esta experiencia de amor que es más fuerte que la muerte”.

 

La oración comunitaria, espontánea y carismática

 

Antes de entrar propiamente en el tema sería bueno comenzar con una pregunta: ¿Cuál es el motivo de la importancia de la participación semanal en un grupo o una asamblea de oración? ¿Por qué dedicamos una parte relevante de nuestro tiempo a la oración comunitaria? En definitiva, ¿cuál es la fuerza que nos atrae, que nos lleva a participar en la reunión de oración? Estas preguntas son importantes para evitar que nuestra participación en la oración comunitaria se vuelva simplemente una costumbre. Es necesario que cada uno descubra en sí mismo las razones de esta llamada, de esta vocación que en definitiva es la razón principal de la adhesión a la Renovación en el Espíritu.

Para responder a esta pregunta es necesario referirnos a la experiencia de la Efusión en el Espíritu. Una experiencia que, como sabemos, nos ha hecho encontrar a Cristo de un modo personal, no como una noción o una teoría, sino como una realidad viviente, presente, personal. ¿Qué es lo que sucedió? Lo que sucedió es que desde ese instante nuestro corazón está inquieto y vive en la búsqueda incesante de una experiencia siempre más intensa de la presencia de Cristo. ¡Tenemos hambre y sed de Él! En cierto modo deseamos que esta efusión pueda renovarse y continuar en el tiempo.

La experiencia nos dice que este deseo encontró una respuesta magnífica: el Espíritu nos hace encontrar a Cristo de un modo especial en aquel lugar en el cual mis hermanos se reúnen para invocarlo, alabarlo y escucharlo. En aquel lugar sagrado en el cual mis hermanos se reúnen para contemplar su presencia, para adorarlo en Espíritu y Verdad (Jn 4,23).

 Es en este lugar espiritual, en este encuentro comunitario de oración que la presencia de Cristo se manifiesta particularmente porque Él nos ha asegurado que “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,20).

Una presencia que se hace real, en la acogida de los hermanos, en su alegría, que nos habla de cosas que el mundo no conoce, un modo diverso, simple y profundo de ser hermanos.

Una presencia que habla con cantos que vienen del corazón y que comunica sentimientos que parecían olvidados.

Una presencia que impacta y conmueve porque el Espíritu mismo habla con palabras proféticas que alcanzan nuestra misma profundidad. Incluso en el canto en lenguas cuando el Señor se vuelve verdaderamente el Rey que se levanta por encima de todos nuestros pensamientos, ¡el único motivo de alabanza!

Se manifiesta, entonces, cuan verdadera es la promesa de Cristo: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos” Este encuentro con Cristo es real.

Si esto es así, ¿no podemos decir también nosotros con san Juan “lo que nosotros hemos visto y oído se lo anunciamos”?

Hemos recibido una llamada del Señor, una invitación que el Señor nos ha hecho de diversas maneras para que pudiésemos encontrarlo manteniendo viva y fuerte la experiencia de nuestra efusión, de nuestra primera llamada, de nuestro primer encuentro experiencial con Dios.

Vivimos entonces, de un recuerdo, de una nostalgia, pero de una realidad siempre renovada y viva.

Esta es la respuesta de Dios a aquel deseo que el Espíritu mismo ha colocado en nuestro corazón.

Este es el motivo que nos atrae al grupo de oración. Si no fuese así, si no fuese la fuerza del Espíritu la que nos llama y nos impulsa, podemos estar seguros que nuestra participación en el grupo será muy limitada en el tiempo.

Tenemos que reflexionar en este aspecto porque en ciertos momentos, cuando las dificultades personales son fuertes o cuando nuestra ingratitud nos hace pensar que “todo esto ya lo conocemos” podemos caer en el error de creer que nuestra presencia en el grupo es una iniciativa puramente nuestra: exclusivamente dependiente de nuestra buena voluntad y de nuestra disponibilidad a realizar un ministerio determinado.

Sin embargo se trata de una convocatoria, de una llamada que se realiza en el Amor de Dios. El Espíritu pasa, y te dice “¡ánimo, ven!” ¡Verás que sentirás mi amor una vez más! ¡Mis maravillas no han terminado! ¡Todavía puedo sorprenderte!

Esta es la convocatoria que todas las semanas se repite y en la que el Señor mismo invita a la reunión del grupo de oración.

 

¿Qué sucede en la asamblea de oración?

 

Si verdaderamente creemos que es el Espíritu Santo el que nos convoca surge en nosotros otra pregunta simple pero no banal: ¿ por qué nos convoca? ¿Por qué es tan importante para el Señor mantenernos en la experiencia viva de su presencia? ¿Que quiere el Espíritu Santo de mi?

La respuesta nos lleva de lo que sucede en la misma asamblea de oración. Todo lo que ya mencionamos: el recibimiento de los hermanos, los cantos, las oraciones, las profecías y los testimonios serían insignificantes si no aferrásemos el significado más profundo de todo esto: Dios sale a nuestro encuentro y manifiesta nuevamente su gloria en medio de nosotros para guiar nuestro camino. Para conducir a cada hermano y a toda la comunidad hacia una realidad nueva y estupenda.

Actúa la misma potencia de la gloria de Dios que se manifiesta en el Pueblo de Israel, en el monte Horeb, en el templo, en la “tienda de David” (Ex 24, 16-17; Nm 9,15ss; Nm 16,19; 2Cr 7,1-2). La misma potencia de Dios se manifiesta para nosotros aquí y ahora. La misma nube divina, no ya en el misterio, nos guía como su pueblo hacia una tierra santa hecha de su presencia en medio nuestro.

La asamblea de oración se vuelve, entonces, esa tierra santa hacia la cual nos ponemos en camino partiendo de nuestras casas, de nuestros lugares de trabajo, para ir más allá. Allí adonde el Espíritu nos conduce.

¿Más allá de qué? Más allá de nuestras situaciones del momento, de nuestros miedos, deseos, comodidades, para encontrar el lugar de la manifestación de Su presencia, de su gloria en medio de nosotros, en los hermanos de la comunidad, hasta que nuestros ojos sean capaces de descubrir esta presencia maravillosa en todas las situaciones que vivimos a diario.

Es necesario tomar conciencia de que se renueva en nosotros la llamada de Abraham (Gn 12,1): “El Señor dijo a Abraham: Sal de tu tierra, de tu patria, de la casa de tu padre y ve al país que yo te mostraré”.

El mismo Dios dice a cada uno: “sal de tu casa, de tus comodidades aparentes...”

Esta llamada de Dios no es una simple invitación que se pueda discutir es casi como una orden : “¡Sal de tu tierra!” que solamente se puede rechazar.

Se renueva en nosotros la misma llamada que Dios hizo a Moisés. Él también tuvo que ir más allá, al desierto. Llegó hasta las laderas del monte Horeb. Alcanzó, como se hace en cada reunión de oración el lugar en el que Dios hará sentir su voz. En el que Dios lo llama por su propio nombre: “¡Moisés, Moisés!” ... “aquí estoy” ... “Quítate las sandalias de los pies, porque estás pisando suelo santo”.

 

Ahora podemos responder mejor a la pregunta inicial: ¿Por qué ir a un grupo de oración? Voy a un grupo de oración porque Dios me llama para ir más allá. Y yo le respondo : “Señor, aquí estoy”.

Este es el motivo esencial de nuestra llamada a la oración comunitaria. Motivo del que brotan todos los frutos de la oración para mí y para los demás.

¿Cuál es el primer fruto? Es participar en una asamblea de oración con esta conciencia, con este sentido vivo de la presencia de Dios en medio de nosotros, hará brotar necesariamente una oración fuerte, vibrante y movida por el Espíritu.

Una oración que nos llenará de alegría sobrenatural porque entonces, todos sentirán la presencia de Dios.

 

¿Qué significa sacarnos las sandalias?

 

Tiene en primer lugar el significado de alejar de nosotros todo lo que es polvo, recuerdo del pasado, del camino ya realizado. Es la aceptación de comenzar, cada vez, un camino completamente nuevo. Un camino conducido por el Espíritu en el que ya es demasiado incluso aquello que consideramos indispensable para seguir adelante.

Quitarnos las sandalias es signo de nuestra necesaria pobreza y desnudez para colocarnos a la escucha de Dios con una actitud de confianza ilimitada y libre. Una pobreza y una desnudez que nos hace a todos iguales, hijos, salvados. La condición necesaria para poder verdaderamente acogernos mutuamente.

Quitarnos las sandalias significa sacarnos de encima todo lo que puede contaminar esta tierra santa, o sea, nuestros pecados, nuestras divisiones, nuestros juicios, nuestros egoísmos.

Sin esta actitud personal Dios permanecerá aparentemente mudo. Sentiremos con los oídos sonidos de palabras, profecías, cantos... pero Dios no nos habrá hablado.

 

Oración comunitaria, espontánea y carismática

 

Esta  oración es una oración comunitaria, espontánea y carismática. Tres palabras a las que uno podría habituarse hasta perder su mismo sentido. Y sin embargo, con el eje de la asamblea de oración.

 

 

 

 

Oración “comunitaria”

 

La oración es comunitaria no porque se realiza estando junto a muchas personas físicamente presentes. Esto es importantísimo pero no es suficiente. La oración es comunitaria sólo si en la asamblea está presente el don de la comunión y si estamos dispuestos a recibirlo.

¿Cómo podemos saberlo? La respuesta es : ¿nos hemos sacado las sandalias para no profanar esta tierra santa con nuestros juicios, nuestras divisiones sutiles y nuestras incomprensiones? Si falta este don de la comunión que debemos descubrir dentro nuestro, sería una ilusión y tiempo perdido creer que oramos verdaderamente incluso cuando lográsemos pronunciar muchas palabras hermosas y espirituales.

Si hemos acogido el don de la comunión del Espíritu entraremos en la oración comunitaria y podremos ser capaces de custodiarla: mantenerla bajo su Señorío y su guía.

Esta tarea no corresponde solamente al servicio de animación sino a todos los participantes. Cada uno de los miembros de la asamblea tiene una responsabilidad altísima en esta tarea de respeto sagrado por la oración. ¿De qué hay que custodiar la oración? De todo los que puede desviarnos de la escucha verdadera del Espíritu que el único animador de la oración.

Los peligros son muchos: desde nuestra distracción a la superficialidad de la relación con Dios.

Hay que señalar dos peligros especialmente dañinos que suelen aparecer solapados y enmascarados: el “protagonismo espiritual” y el “egoísmo espiritual”.

 

El protagonismo espiritual

 

Es el deseo, más o menos consciente pero frecuente, de colocarnos en el primer lugar de la escena.

Un deseo que se descubre en la falta de simplicidad, en las intervenciones numerosas y largas, en las lecturas incluso fuera de lugar, en las pseudo-profecías, en las enseñanzas, en la preocupación de llenar los espacios vacíos y pensando que “si no intervengo la oración no puede ir adelante”. En la certeza indiscutible de que estamos movidos por Dios... y por lo tanto la oración debería hacerse como yo la siento o pienso.

¡Cuanto orgullo y protagonismo personal! Es tan sutil que raramente se puede escapar de él en todas las ocasiones.

 

El egoísmo espiritual

 

Este es el más común. El de ir al encuentro de oración solamente para recibir. De este modo se participa de la oración con un cierto instinto consumista. Ciertamente las justificaciones son tantas: “me siento árido”, “tengo tanta necesidad de ser animado y entusiasmado”, “espero encontrar un poco de paz”.

Todas motivaciones comprensibles pero, es necesario reconocerlo, todas motivaciones egoístas.

Este instinto consumista es tan fuerte que en Estados Unidos nacieron verdaderas agencias de “marketing espiritual” para aumentar la frecuencia de las personas en la Iglesia.

Por lo tanto, se participa en la oración solamente para recibir. En definitiva, el encuentro de oración se vuelve simplemente una pausa refrescante en medio de tantas dificultades. Por lo tanto se termina participando en la oración en silencio, concentrados en sí mismos, sobre los propios problemas. Y frecuentemente se sale de la oración en las mismas condiciones en las que se entró. En el mejor de los casos al final de la oración se puede llegar a decir : “¡Que hermoso, hoy realmente estuve bien!”.

Este comportamiento personal, si se arraiga, corre el riesgo de llevar a otro: el peligro de que el servicio de la animación, preocupado por esta ausencia de participación, por esta “falta de respuesta de la asamblea”, pase de la tarea que le es propia: “guiar la oración” ( manteniéndola dócil a la acción del Espíritu)  y “sostener la oración” (con la alabanza, el canto en lenguas, etc...) al rol de asumir como propia toda la tarea de animar la oración.

Es importante repetir con fuerza que también en estos momentos la oración de la asamblea necesita el silencio de Dios.

Un silencio de Dios que elimina el silencio humano. Porque el silencio de Dios, a diferencia del silencio humano, es una voz que te interroga, que te habla en una plenitud de amor y de infinito respeto de tu libertad.

Este silencio de Dios es necesario para que su Espíritu se una a nuestro espíritu para que puedan salir del corazón palabras simples de bendición y de agradecimiento: ¡Gracias Señor!, ¡Alabado seas Mi Señor!

No hay que tener miedo de los silencios incluso prolongados. En aquel silencio Dios habla a cada persona, encuentra singularmente a cada uno. Son, sobre todo, los ancianos deben recordar y hacer conocer a los nuevos hermanos lo que significa el silencio de Dios.

 

Oración “espontánea”

 

¿Por qué la oración debe ser espontánea, es decir, no preparada o condicionada por situaciones precedentes? Porque ¡no debemos preestablecer la acción del Espíritu! Porque la espontaneidad nos ayuda a ser libres para recibir lo que Él nos dice. Para que cada uno sea un siervo sometido al Espíritu, capaz de dar su contribución propia a todo el pueblo de Dios del que formamos parte.

Pero, atención, la espontaneidad tiene que estar inspirada. No consiste en sentirnos libres para expresarnos con hermosas reflexiones espirituales, aunque sean pseudo-litúrgicas, sino que tiene que habituarnos a recibir la acción del Espíritu que actúa en aquel momento.

La oración comunitaria es una epifanía, la manifestación de la presencia de Dios en medio de nosotros. ¡No es nuestra manifestación personal!

¿Cuales son las causas de esta espontaneidad no carismática que podríamos llamar mejor “espontaneísmo”? Comunitariamente residen frecuentemente en una cierta pobreza de vida carismática y en la falta de formación, porque ésta es extremadamente importante. Personalmente cuando prevalece este protagonismo espiritual del que hemos hablado ya, en dejarnos tomar del sentimentalismo espiritual (que es algo muy distinto de la participación de nuestros sentimientos).

 

Oración carismática

 

Finalmente, la oración es carismática. Decir “carismática” quiere decir ciertamente movida por el Espíritu Santo. Pero la presencia del Espíritu  en una oración de la renovación tiene que manifestarse necesariamente con la presencia de dones y carismas. Dones y carismas necesarios para que Jesús pueda convertir, liberar, curar, consolar.

Entonces los carismas y el más importante es la profecía, tienen que ser pedidos incesantemente a Dios por la comunidad, recibidos y usados.

Recordemos algunas afirmaciones conocidas pero que nunca serán repetidas suficientemente.

 

Los carismas tienen que ser recibidos por todos: no existen personas que están “encargadas” de recibir y usar los carismas. Si hay un encargo, viene del Espíritu en ese momento, en esa situación particular. No podemos preestablecerlo nosotros con criterios meramente humanos. La participación carismática involucra a toda la asamblea, según los dones recibidos.

 

Los carismas deben ser recibidos con fe y con humildad: podría parecer que fe y humildad son realidades contrastantes.

La fe nos da el coraje de intervenir, de usar el carisma, confiando en que Dios actúa y puede actuar incluso por medio de mi.

La humildad nos ayuda a someternos al discernimiento de la comunidad sin dar por descontado que la inspiración o la profecía vengan seguramente de Dios. La disponibilidad para someterse al discernimiento de la comunidad es un elemento de discernimiento fundamental para reconocer al verdadero profeta.

 

Los carismas son usados en la caridad: el Espíritu es amor y los carismas no pueden estar en contraste con el mismo Espíritu. El carisma debe estar inmerso siempre en la caridad, en la compasión, en la paz. Este es uno de los discernimientos fundamentales para juzgar si nos encontramos en presencia de una verdadera profecía aunque tuviese el contenido de una amonestación o un reproche.

 

La palabra profética

 

Durante la oración comunitaria hemos visto que Dios nos habla y cuánto sea importante esto para el grupo de oración.

Si Dios no hablase más a mi grupo podría sacar la conclusión de que se fue a otra parte. Para mí sería inútil ir a otra parte. Pero si Él habla y está presente significa que es el lugar que Él eligió para que yo lo escuche de un modo particular.

La palabra profética, como sabemos, puede venir a nosotros con la lectura inspirada de la Escritura o con otra acción del Espíritu que se manifestará de todos modos en una profecía verbal.

De todos modos es Dios el que habla, es Dios que quiere que lo escuchemos y que nos dice “Shemá Israel”. Escucha Israel. Esto significa sumisión, es decir, ¡Obedece Israel!

Por lo tanto, para nosotros, escuchar a Dios que habla no puede significar simplemente sentir. Escuchar significa es hacer que la palabra de Dios se vuelva el centro de nuestra atención y de nuestro actuar. Sólo de este modo la Palabra será el comienzo de un nuevo camino por el cual Dios quiere llevarnos. Porque la Palabra de Dios siempre crea es fuente de novedad.

En esta Palabra, Dios se manifiesta al mismo tiempo grande y cercano, me habla, se inclina con amor sobre mí, y yo quisiera acogerlo con respeto, silencio, adoración, gratitud.

Pero no siempre es así. La multiplicación de las intervenciones, las lecturas largas, parecen expresar otra cosa: una superficialidad en la escucha, una falta de respeto por la Palabra. Una serie de resonancias y redundancias personales que tienen poco que ver con la profecía auténtica.

Debemos tener por la Palabra el mismo amor, gratitud y ardor que expresaba el profeta Jeremías cuando decía “cuando tus palabras vinieron a mí, las devoré con avidez; tu Palabra fue la alegría y el gozo de mi corazón, porque yo llevaba tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos” (Jer 15,16).

 

La evangelización

 

La oración es el primer instrumento de la evangelización. La evangelización en la Iglesia se diversifica en tantas acciones e iniciativas. La participación en un grupo de oración de alabanza y adoración parte de la convicción de que la “Renovación en el Espíritu existe para evangelizar y nuestros encuentros de oración comunitaria son verdaderos encuentros de evangelización. Son verdaderas liturgias misioneras.

La evangelización, para ser eficaz necesita humildad y conciencia de nuestra pobreza, porque es Dios el que ha querido elegir y el que elige todavía hoy lo que a los ojos del mundo no vale y es débil para confundir a los soberbios y a los poderosos.

La oración comunitaria, participada con docilidad al Espíritu, con la manifestación de los carismas, con la acogida de la Palabra, toca inevitablemente la vida de los presentes y es un medio de evangelización potente. Podemos responder entonces con toda simplicidad al mandato de evangelización de Jesús (Mt 28,19) y no nos preocupamos demasiado de medir el largo de las llamas de santidad que se encuentran sobre nuestras cabezas.

No nos debemos preocupar demasiado del suceso de nuestra oración, porque, como dice el Cardenal Ratzinger: “suceso” no es un nombre de Dios.

Nos colocamos a disposición de Dios para que, lo que sucedió en la historia de muchos participantes suceda continuamente con otros ya que Dios se seguirá sirviendo de estos grupos de oración como un instrumento privilegiado para poder encontrarlo.