Francisco y el sultán

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

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Ancona, puerto de mar,
de allí parten los cruzados,
Francisco tan solo armado
de una cruz, va a predicar.

También él es un cruzado,
sin ejército ni espadas,
sin caballos y sin armas
y de poder despojado.

Heraldo de Jesucristo
su vida es una proclama
que toda la tierra hermana
y confunde al enemigo.

Será la sed del martirio
el impulso que lo mueve
porque sabe que el que muere
por Jesús, es otro Cristo.

Francisco tiene clavado
en Jesús su corazón
pues su martirio es su amor
al Cristo crucificado.

Martirio del corazón
que florecerá en sus llagas,
un espíritu que en llamas
se quema para el Señor.

Va Francisco misionero
y su misión es servicio
ofrecido en sacrificio
a Jesús y al mundo entero.

El hacerse servidores
de toda humana criatura
es para él la aventura
de Cristo y sus seguidores.

Si su servicio es palabra
con las obras predicada,
la Buena Nueva anunciada
será el martirio del alma.

Anunciar a Jesucristo
que ha muerto y resucitado,
al Padre que lo ha mandado
y al Espíritu divino.

Francisco marcha sereno
y navega mar adentro.
Francisco marcha al encuentro
del pagano sarraceno.

Armado con la Palabra
y una coraza de harapos,
una fe que hace milagros
y un escudo de esperanza.

Marcha Francisco cruzado
por las arenas ardientes,
es un alma penitente
a Jesús encomendado.

Un embajador de Cristo
cuya corte es una alondra,
unas langostas de escolta,
sus pies caminan tranquilos.

Una columna de fuego
lo guía cuando es de noche
y una nube al horizonte
le indica su derrotero.

De noche, la media luna
en un cielo despejado
besa el desierto plateado
y su misión asegura.

Le dice que está a su lado,
que camine con confianza,
que no pierda la esperanza
de proclamar a su amado.

El sultán lo está esperando,
sus guardias le han avisado
que un loco envuelto en harapos
ha venido a visitarlo.

Dice ser un mensajero
de su Señor soberano,
de un Jesús que se hizo hermano
y que debes conocerlo.

Tiene aspecto de profeta,
de ermitaño del desierto,
todos acuden a verlo,
dice que Dios está cerca.

Que Jesucristo es su Hijo
por nosotros encarnado,
muerto en cruz, resucitado,
que él es sólo su testigo.

Esta solo y desarmado,
descalzo cruzó el desierto
como montado en el viento
que lo venera postrado.

Cuando reza es una antorcha,
todo de fuego inflamado,
parece incienso quemado
en honor del Dios que adora.

De sus ojos se derrama
una paz que huele a mirra
y como miel cristalina
es su voz potente y clara.
.....

Atento el sultán escucha
al mendigo encadenado
que Damasco ha encandilado
con el ardor de su lucha.

Como heraldo del Dios trino
predica la salvación
para toda la nación
si aceptan a Jesucristo.

Predica con gran coraje,
con espíritu de fuego,
anuncia al Dios verdadero
sin temor a los ultrajes.

Mi palabra juzgue el fuego
si estás de acuerdo y lo quieres
y si en la hoguera me vieres
intacto como me veo...

Aceptarás lo que quiero
tú, y toda tu gente,
a Jesús, sol del Oriente
que es salvador verdadero.

Desconcertante propuesta
que quedó son acogida
pues ninguno se atrevía
a meterse en una hoguera.

Admirado y temeroso
rechazó su desafío
y quedó tan conmovido
que le ofreció sus tesoros.

No quiero alhajas ni oro,
pues Jesús es mi riqueza,
su pasión y su pobreza
mi vestido y mi decoro.

Yo sólo quiero que abras
tu corazón al Dios vivo,
que conozcas su camino
y que le entregues el alma.

No puedo, Francisco, sabes
que el pueblo entraría en revuelta,
pero te abro las puertas
a ti y a todos tus hijos.

Predica al Dios verdadero,
anuncia la paz sincera,
predica contra esta guerra
que en nombre de Dios hicieron.

Que tu palabra bendiga
a todo aquel que la escuche,
que tus ojos los alumbren
como lámpara encendida.

Que puedan todos gozarse
de tu ejemplo y de tus hijos,
grande es Dios que los bendijo
con un profeta por padre.

Este fue el santo martirio
que albergaba su deseo,
un martirio hecho de fuego
que quema sin consumirlo.

Y coronó con sus palmas
el Señor tu pensamiento,
se quedó en el sentimiento
que crucificaba el alma.

Atravesaste la hoguera
que quema en Amor divino,
se volvió éste tu camino
y tu prédica sincera.

Se oculta el sol y Francisco
tras él regresa a occidente
se encamina hacia el poniente
tras las huellas de su Cristo.