El testamento de Francisco
Autor: Fray Alejandro R Ferreirós OFMConv
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Sobre un monte de castaños,
de un otoño enrojecido,
Francisco contempla, herido,
cómo se pasan los años.
Le parece que fue ayer
cuando a su puerta golpearon
los primeros que emularon
su sentir y su querer.
Pioneros y compañeros
de una aventura impensada,
de ese sueño hecho de nadas
e infinitos derroteros.
Y Francisco recordaba
la ilusión que había en sus ojos,
tan generoso el despojo,
tan alegre la mirada.
Los tiempos de paraíso,
de brillo de Amor primero,
caminantes y viajeros
como gorriones sumisos.
Nadie les daba instrucciones,
sólo el Señor los guiaba
y su Espíritu soplaba
en el alma, sus mociones.
Él era el viento infinito
que sus dones regalaba
y en carismas demostraba
que eran amigos de Cristo.
El Señor le revelaba
su voluntad y su norma:
el Evangelio y su forma,
todo aquí se concentraba.
Vivir de la Eucaristía
que el sacerdote les daba,
del fuego de la Palabra
de alabanza y alegría.
Adorarlo en sus iglesias
por la cruz que salva el mundo,
viviendo en su Amor profundo
fieles a la Madre Iglesia.
Su regla en pocas palabras,
inspirada por el Santo:
el Evangelio y su encanto,
confirmada por el Papa.
Los veía por el mundo
forasteros, peregrinos,
en los cruces de caminos
predicando el Amor puro.
Y contentos trabajaban
en el campo con sus manos,
recibiendo como pago
la comida que les daban.
Por las noches se hospedaban
con gente pobre y sencilla,
oraban en sus capillas
y a Dios, con ellos, cantaban.
Los leprosos recordaban
los tiempos de Amor primero,
cuando el Señor entre ellos
condujo a los que lo amaban.
Sobre ese monte Francisco,
vio cómo el tiempo pasaba,
y un testamento dejaba
escrito para sus hijos:
Ámense como los amo,
alegres en la pobreza,
hijos fieles de la Iglesia
y del bien que profesamos