El Jardín de San Francisco
Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv
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Sembraba un jardín Francisco
entre amapolas silvestres,
sembraba una tierra agreste
con moras y tamarindos.
En el borde, unos olivos
hechos de paz y de soles,
rodeados de girasoles,
adoración del Dios vivo.
Plantó una fresca magnolia
de un perfume inusitado,
le recordaba al Amado
y el aroma de su gloria.
Damascos trajo de Arabia
y naranjos de Sicilia,
las higueras son eran libias
y del Líbano la acacia.
Florecidos los azahares
impregnaban el ambiente
y le hablaban del Oriente
en que el Sol todo lo invade.
Le dijo su amor al Sol
cultivando unos jazmines
entre mazos de alelíes
y prímulas de color.
No se olvidó de las rosas
que a la Virgen le ofrecía,
se acordaba de María,
tan simples y tan hermosas.
Las rodeó con azucenas,
de una blancura exquisita,
que inmaculadas indican
a la Madre dulce y buena.
Junto a un arroyo plateado
que le regaló a la luna,
sembró margaritas puras
y tulipanes dorados.
Y en un monte de pureza
entre nardos y jacintos
plantó el corazón de un lirio
coronado en su realeza.
En un rincón encantado
dejó crecer un almendro
enmarcado entre unos cedros
y colinas de castaños.
Quiso Francisco una vid
que regalara su vino,
trigo y pan para el camino
y gracia para vivir.
No se olvidó las violetas,
tan humildes y sencillas,
dalias, lilas, campanillas
y pasionarias inquietas.
Bordados los pensamientos
entre los otros canteros,
eran imagen de un cielo
de color y sentimientos.
Y en un rincón reposado
un paseo de glicinas,
etéreas y cristalinas,
en sus ojos extasiados.
Era el jardín de Francisco
el mundo en el que soñaba
y en cada flor encontraba
una chispa de su Cristo.
Porque cada una alaba
a su Señor a su modo
y en su sinfonía el todo
es reflejo de su gracia.
Sembró Francisco virtudes,
un bosque de hábitos buenos
y perfumó el mundo entero
con el olor de sus flores.
Su palabra fue simiente
de un Amor que se hizo vida
coronado en la alegría
que al mundo, en jardín, convierte.