De las catacumbas a los departamentos

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

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            Fue una Navidad totalmente distinta, no solamente por la nieve abundante que acompañaba las procesiones  alrededor de la catedral católica de Moscú hacia el pesebre que mostraba al mundo la humildad de un Salvador escondido, sino sobre todo porque por primera vez tocaba con las manos la Iglesia de las catacumbas.

No me ilusionaba contemplando repleta de gente la recientemente restituida catedral cuando pensaba que las Iglesias católicas abiertas al culto de los fieles en una ciudad de cerca veinte millones de habitantes son solamente dos y escuchaba las dificultades de las comunidades para conseguir la restitución de las viejas iglesias transformadas en depósitos, oficinas o mercados o para poder adquirir departamentos en los cuales poder reunirse para sus celebraciones.

Me parecía haber regresado a los primeros tiempos de la Iglesia cuado San Pablo o los otros misioneros encontraban las comunidades dispersas en el imperio Romano en las casas que los creyentes ponían a disposición de la comunidad para las celebraciones y el ágape fraterno.

Era una navidad distinta porque no solamente veía el nacimiento del Salvador sino porque al mismo tiempo contemplaba el renacimiento de  Iglesia y de la Orden Franciscana que germina silenciosamente debajo de un infinito manto de nieve que cubre todavía la maravilla del milagro que el Espíritu Santo está obrando en los hombres.

Debajo de la nieve brota el trigo de un pan nuevo que se nutre todavía del sufrimiento de un testimonio martirial que ha creado las bases de una Iglesia que se construye a partir de su pobreza en la alianza con el Salvador del pesebre y lejos de las componendas con el poder temporal.

He respirado en nuestras comunidades la frescura de las primeras comunidades cristianas y franciscanas que en el encuentro con el Señor encarnado en la simplicidad de la historia, no sin el sabor de la cruz que purifica todo deseo de omnipotencia, mirando hacia delante un mundo al que hay que evangelizar que se abre a la Buena Noticia después de setenta años de oscuridad.

Una vez más es el Señor, en la fuerza desconcertante de su Espíritu, el que lleva adelante la obra. Entrando en contacto con los jóvenes postulantes y los frailes que quieren consagrarse al Señor en el camino de San Francisco, escuchando los lugares de proveniencia tan lejanos, sentía otra vez la mano de Dios bendiciendo un impulso misionero capaz de transformar en milagro la pobreza de los hombres y de los medios. Es verdaderamente. Él el que construye la casa!