Aparición del Resucitado
El día en que besé tus manos,
besé la puerta que me lleva al cielo.
Tus llagas sanadoras, tu piel, tus dedos;
de rodillas, las lágrimas, tu bendición, tus brazos.
Estabas ahí, vivo, resucitado,
blanco como la espuma del mar;
bello como las flores de azahar,
eternamente joven, como hierba de un prado.
Mi clamor fue simple y contenido.
Te necesito dije, balbuciendo, entre gemidos;
te necesito como una vasija vacía el contenido,
necesito tu amor, tu abrazo, tu corazón herido.
Tus manos fueron todo
en esa mañana de resurrección y vida;
tomaste las mías y me levantaste en la alegría
de contemplar en tus ojos el torrente de vida
que en tu corazón ardía.