Retrete holandés

                  Autor: Manolo J. Campa

 
 Estoy en esa etapa de la vida donde veo y escucho o leo las noticias y al separarme del televisor o dejar el periódico olvido lo que me gustaría recordar para comentarlo con mi esposa y enfrascarme con ella en una discusión. En nuestra última porfía el tema era el avance económico de los pueblos que ahorran. Como lo esperaba, me pidió un ejemplo.
Mencioné con admiración al Japón. Los japoneses, los turistas por excelencia, andan en enjambres haciendo turismo por todo el mundo con sus esposas viejas enganchadas en un brazo y la cámara fotográfica nueva en el otro.

Hace unos años, en un parque en Ámsterdam, Holanda, había una espiral de metal que resultó ser un urinario. La parte metálica estaba separada unas veinte y tantas pulgadas del suelo donde había un hoyo, y en mi caso me cubría decorosamente hasta la barbilla.
Aprovechando la ocasión con el doble propósito de experimentar aquello y desbeber, entré.

Con la santa mala intención de enseñar a los nietos el ingenioso artefacto holandés utilizado por su aventurero abuelo, mi esposa tomó una foto durante el suceso.
Siguiendo el mal ejemplo dado por ella, como hormigas aparecieron por todas partes japoneses y japonesas fotografiando y sacando videos del que esto cuenta utilizando aquel retrete al aire libre. Se acompaña la foto aquí mencionada.

Mi esposa es muy dada a utilizar frases que yo interpreto como “estocadas” al corazón. Cuando quiere que yo haga lo que no quiero hacer pero que hace el marido de alguna de sus amigas, dice con voz de actriz de telenovela colombiana: “Las palabras conmueven pero los ejemplos arrastran”. ¡Aguántate que viene un tornado!... me advierto a mi mismo, preparándome para hacerle frente a alguna argumentación difícil de refutar.

Les reseño algunas de las tormentas que he tenido que capear: Pepote, el esposo de mi madrina, es un santo varón… un mártir contemporáneo, un elegante a su manera que le gusta vestir en conjunto, “shorts” muy usados, guayabera nueva bien planchada y gorra raída de pelotero. “Pepote le lleva a tu madrina, todas las mañanas, el café a la cama”,
me comunica mi mujer. Siguiendo este mal ejemplo, a la mañana siguiente, coloqué en la mesita de noche del lado de la cama donde duerme mi esposa… una lata de café instantáneo destapada para que el sabroso aroma del café la despertase.

Otra noticia relevante puesta en mi conocimiento por el mismo agente transmisor: mi mujer: “A tu madrina el esposo le friega los platos después de cada comida, todos los días, todos los meses del año”. Mensaje que me hizo exclamar para mis adentros: ¡Otra vez Pepote, el marido ejemplar, dando el mal ejemplo!

Esta vez no tuve necesidad de emularlo porque meses atrás gasté una buena parte de nuestros ahorros para comprarle a mi polémica esposa una lavadora de platos con muchos botones, bombillitos y trompeticas que avisan cuando los platos han sido lavados. Sin temor a equivocarme declaro que nuestros platos quedan más limpios que los fregados a mano por el marido angélico de mi madrina.

EN SERIO:

En algunos hombres la necesidad de regresar a su patria es más intensa que en otros.
Algunos creen posible el desplazamiento de la tiranía en el poder… lo presienten cercano. Otros lo consideran casi imposible… lo ven todavía lejano… pero lo desean con igual intensidad. Cada uno tiene derecho a pensar con su cabeza y basar sus conclusiones en sus propias experiencias… pero donde todos debemos de coincidir es en la causa de nuestros anhelos de volver.

¡Qué sea fruto del amor al lugar en que nacimos! Las ansias de venganza y la ambición de recuperar rápidamente lo que era nuestro y nos quitaron, son sentimientos inaceptables en los que quieren, por sobre todas las cosas, la libertad y la felicidad de nuestro pueblo.

Lo que la patria necesita para su liberación primero y su reconstrucción después es del amor desinteresado de todos sus hijos; de los jóvenes y los viejos; de los sencillos y los talentosos… de todos ellos… de los que están allá y de los que estamos aquí. De ti y de mí, dispuestos a extender la mano para lograr que sobre nuestro suelo todos los hombres
seamos amigos. Tengamos presente que “hay más fuerza en una mano abierta que en un puo cerrado”. +