Miami de mis amores

                  Autor: Manolo J. Campa

 
 ¡Qué contento estoy de encontrarme de nuevo en Miami, disfrutando de sus cálidas temperaturas!


Como en anteriores inviernos estuve en las nevadas montañas de Carolina del Norte sufriendo los rigores del gélido ambiente de los pingüinos. Cada año, al regresar a mi soleada ciudad, prometo no ir a pisar nieve de nuevo. Y al próximo año regreso. Por más o menos las mismas razones, vuelvo a donde no deseo volver.


Mi mujer tiene muchas virtudes que reconozco y admiro. ¡Por eso me casé con ella! Su poder de persuasión es uno de sus encantos. Con la sagacidad de un polemista, da fuerza a sus argumentos incluyendo en ellos a hijos y nietos. Una fastidiosa jornada de muchas horas en automóvil la presenta como la oportunidad de poder disfrutar de las ocurrencias de los pequeños y de las conversaciones con sus padres. El tener que vestir ropa en exceso para protegerme del frío que hace que me sienta y luzca como el muñeco de las gomas Michelin, para ella es una oportunidad maravillosa para usar la ropa de invierno que en Miami nunca usamos.


Mis hábitos alimenticios cambian cuando tengo que dormir con un calzoncillo termal rojo debajo del pijama. Me despierto con deseos de desayunar una sopa caliente para entrar en calor. Y para seguir tratando de lograr la ansiada temperatura de ser viviente tomo chocolate caliente a media mañana y a media tarde. Sin recomendación médica, me abstengo de tomar refrescos porque me congelo por dentro. Para mi esposa esto es algo admirable. Es salir de la rutina. Disfrutar algo nuevo, diferente.


Para mí, apetecer sopa a todas horas es una chifladura producto de una mente y un estómago trastornados por el frío.
Cuando me mantengo firme en mi propósito de no volver a pasar frío, ella le echa mano a su artillería pesada: combina la geriatría con la astrología. Me hace saber que aún puedo caminar… sin bastón…
sin la ayuda de nadie y me pregunta ¿lo podrás hacer el próximo año cuando habrás vivido 365 días más? Me recuerda que quizás ésta sea la última oportunidad de demostrar “amor, mucho, pero mucho amor” a mis seres más queridos. Esta estrategia le ha dado resultado en los últimos doce o trece años cuando, después de comprar un nicho en el cementerio, he vuelto a sufrir en familia las ventiscas, el hielo, la nieve y las largas horas de carretera.


La dantesca foto que se acompaña es una prueba de las crueles temperaturas sufridas por el autor.

EN SERIO

Una resolución que pudiéramos tomar en estos primeros días del año, es cambiar el mundo en que vivimos. Los pesimistas pueden proponerse hacer el mundo “menos malo”. Los optimistas pueden resolver hacer un mundo “mejor”. En ambos casos estaremos luchando por hacer un mundo más cristiano.


Ante nosotros se extiende un camino a recorrer de 365 días. El tiempo es algo que no volveremos a tener a nuestra disposición. Debemos hacer el mejor uso del mismo. El mejor uso que puede darle el hombre de buena voluntad al tiempo es hacer el bien.


Para hacer el bien, para hacer felices a los que nos rodean, debemos mejorarnos cada día. De vez en cuando analicemos nuestra manera de ser. Rectifiquemos nuestros errores. Fortalezcamos nuestra voluntad para poder vencer la apatía, la indiferencia. Avivemos nuestro entusiasmo que es la virtud de los grandes logros y es también la que más contagia. Brindemos nuestra alegría a los tristes a los abatidos. Arrastremos a otros a hacer algo por los demás. Tengamos una opinión positiva para resolver los dilemas que se nos presenten. Vivamos llenos de un entusiasmo basado en la fe, en la esperanza y en el amor. ¡Seamos la respuesta de Dios a los problemas del mundo!