Simplemente hombres

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Reflexión del libro “Abrir ventanas al amor”              

 

En muchos manuales de historia se habla de “los españoles”, “los indígenas”, “los alemanes”, “los norteamericanos”, “los blancos” o “los negros”, como si grupos de masas etiquetadas fuesen los protagonistas de los acontecimientos. Quizá sería mejor dejar de lado lo “accidental” (aunque sea muy importante) y fijarnos en lo esencial: detrás del nombre de cada grupo encontramos, simple y sencillamente, eso: a algunos hombres o mujeres que hicieron esto o lo otro.

Un criminal de guerra puede ser alemán o vietnamita, chino o norteamericano, pero su nacionalidad es secundaria. Si merece ser juzgado es porque actuó libremente. Y el matar está al alcance de todas las razas y culturas. A los locos que matan no se les juzga: se les aísla para que no vuelvan a cometer locuras. Sólo se juzga a quien es un ser libre y responsable.

Hemos recordado recientemente el holocausto. Unos hombres mataron a otros hombres. Muchos de los asesinos eran alemanes, pero también hubo asesinos de otras nacionalidades. Muchas de las víctimas eran judíos, aunque también fueron asesinados gitanos, polacos, rusos e, incluso (paradojas de la historia), alemanes... Cada crimen fue el fruto de una decisión particular, concreta, que está más allá del rótulo de grupo, de raza, de religión, de nacionalidad, que uno pueda llevar a sus espaldas.

Los errores del pasado, por desgracia, siguen vivos hoy, pues vemos cómo, en América o en Asia, en Europa o en Africa, hombres y mujeres persiguen, quizá incluso matan, a otros hombres y mujeres, simplemente por ser de otra raza, de otra religión, de otra cultura, de otra lengua. Olvidamos con facilidad que nunca el pertenecer a un grupo puede ser motivo para despreciar a nadie... Y quienes persiguen “a los otros” ignoran que detrás de cada etiqueta se esconden hombres y mujeres libres y valiosos, que deben responder de su vida y de sus actos no por el grupo en el que nacieron, sino por lo que elijan libremente cada día.

Cada criminal, cada malhechor, cada cobarde, debe responder ante Dios, ante la sociedad, ante su conciencia. Y cada uno de nosotros, hombres o mujeres de todas las razas, lenguas, religiones y pasaportes, también debemos responder de lo que decidamos libremente respecto de nosotros mismos y de los demás. Así se construye la historia. No con grupos anónimos, sino con personas concretas, que decidimos con nuestros miedos y heroísmos, nuestras pequeñeces y nuestras generosidades, nuestros esfuerzos y nuestras perezas. Esa es la historia de todos los días, de los grandes acontecimientos y de los momentos escondidos en la penumbra de una oficina o de una calle. Esa es la historia que escribimos todos, en cuanto eso que somos, sin etiquetas: simplemente, hombres...