Paradojas de la tolerancia

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)



Un profesor está convencido del valor de la tolerancia. Por lo mismo, cree que nadie (autoridades, estado, prensa) puede obstaculizar el acceso a cualquier trabajo de ningún otro ser humano por sus ideas. Ese mismo profesor se encuentra un día, en su misma universidad, con un joven que defiende sin titubeos ideas racistas y xenófobas y que se presenta al examen de admisión para conseguir una cátedra. El profesor tolerante debe dar su voto, debe emitir un juicio. Duda, sufre, pero al final decide: este candidato no recibirá ningún puesto académico, precisamente porque tiene las ideas que tiene...

El párrafo anterior imagina lo que muchos conocen como una de las paradojas de la tolerancia. Si miramos bien, sería paradoja si la tolerancia se basase en nada (hay que respetar cualquier idea sin “discriminaciones” entre ellas), pero no es paradoja si se basa en un criterio precedente: cada ser humano merece respeto en cuanto hombre, lo cual es una verdad indiscutible (si de verdad quiere fundar una “tolerancia fuerte”).

En esta perspectiva, la tolerancia defiende la vida y los derechos de todos los seres humanos, y ataca y persigue cualquier ideología que dañe, hiera, mate a otros seres humanos, sean sanos o enfermos, hombres o mujeres, nacidos o no nacidos, blancos, negros o azules (la cirugía estética hace milagros). En otras palabras, es una tolerancia intolerante contra quienes pueden herir los derechos fundamentales (vida, integridad física, educación, trabajo, religión) de otros seres humanos.

La tolerancia tiene verdadera fuerza y eficacia si se construye sobre una roca que vale más que las mismas ideas y que juzga todas las ideas: el valor de cada vida humana. Fuera de ese valor, la tolerancia corre el peligro de destruirse a sí misma, de tener que admitir, como profesor de una universidad, a un joven racista, abortista o intolerante hacia las personas de otras religiones o de ideas distintas a las suyas.

Por amor a la verdadera tolerancia, lo mejor es no permitir a nadie enseñar sus ideas intolerantes, ni, mucho menos, ponerlas en práctica...