Marcianos en la tierra

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

El hombre siempre desea conocer lo extraño, lo que puede venir de otros mundos. La afición por los marcianos, por los extraterrestres, se aviva por épocas, recobra vida en la marcha de las generaciones humanas.

Podríamos decir que en algunos rincones del planeta es posible encontrar a seres humanos que son como marcianos. Son hombres y mujeres que piensan en la vida eterna, que no ponen el dinero o el placer como centro de sus vidas. Son personas que piensan más en lo que no cambia que en lo contingente, sin dejar por ello de comprometerse, a fondo, en el esfuerzo por construir un mundo más justo y más humano.

Son personas para quienes Dios no es una idea imposible o un residuo del pasado. Para quienes brilla, como certeza, una gran verdad: Dios ha enviado a su Hijo; Jesús de Nazaret es el Salvador que anhelaba el mundo, el Mesías anunciado al pueblo escogido.

Son personas que esperan con seguridad que un día volverá Cristo, con su Amor y su Esperanza, para acoger a los hombres que le amaron y le sirvieron en el pobre, el desnudo, el preso o el enfermo. Son personas que creen que la Iglesia nació del Corazón de Cristo, como el esfuerzo de Dios para que muchos hombres y mujeres descubran el sentido de su vida, dejen el mundo del pecado e inicien la aventura de vivir según el Evangelio.

Son personas que viven en el mundo, que visten como todos, que hablan sin arrogancia, que ofrecen la otra mejilla, que piden perdón por sus pecados, que rezan seguros de obtener aquello que piden. Se encuentran, a veces casi inadvertidos, entre los obreros de una fábrica, o con las manos callosas de un campesino, o con la cabeza inclinada sobre la pantalla de un hombre o una mujer sentados ante una computadora.

Son personas que reconocen sus miserias, que buscan ser humildes, que no quieren engañar a su pareja, que vencen la obsesión del sexo con la madurez de un amor sencillo y sano. Son personas que ayudan a la mujer (o al varón que obliga a su compañera) que desea abortar para que no lo haga, para que encuentre energías y apoyo para amar a su hijo; que atienden a los drogadictos en comunidades de apoyo; que viajan a trabajar a aquellos lugares donde los enfermos de SIDA mueren abandonados a su suerte.

Son personas que miran a la muerte con ojos serenos, pues saben que es un paso, el inicio de una vida nueva. Viven aquí como peregrinos, con los ojos en el cielo y con una esperanza intensa dibujada en su sonrisa.

Miles de “marcianos” conviven entre nosotros. No hay que buscar de noche, no hay que verlos subir o bajar de platillos volantes. Quizá en mi barrio, cerca de casa, hay uno de ellos. Quizá su vida me interpela y me pregunta si no valdrá la pena dejar de ser un hombre obsesionado por la materia para empezar a mirar al cielo, para acoger el misterio de Amor que brilló desde la Cruz en la que murió Jesús el Galileo...