Con los ojos en el cielo

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)



El cielo debe ser hermoso porque hay madres y padres, abuelos y abuelas, nietos, hijos, primos, hermanos, amigos, novios y enfermeros.

Allí está el esposo que daba un beso a la esposa cada vez que llegaba al hogar. Allí está la esposa que tenía planchada la mejor camisa del esposo para los días de fiesta. Allí está el hijo bueno que lavaba los platos para que mamá descansase. Allí está la abuelita que se dormía cuando leía cuentos para dormir a sus nietos. Allí está el nieto que dejó de hacer caprichos con mamá porque el abuelito le dijo al oído que Dios le amaba. Allí está el soldado que desobedeció y no quiso disparar a un niño sucio al ver en sus ojos tristes la imagen de ternura de un Dios bueno. Allí está (pido perdón a los teólogos) el perro que lamía la cara a los niños aunque mamá no estaba muy contenta.

También allí están otras muchas personas y personajes, del gran mundo y del mundo de los humildes y sencillos. Ese niño malo que siempre protestaba, pero que un día hizo todos los encargos. Esas prostitutas que se cruzaron en la calle con Jesús cuando caminaba por Galilea, o cuando pudieron verle en un sacerdote que hablaba de misericordia. Esos teólogos que dejaron de leer libros difíciles para ir a rezar un poco ante el Sagrario y para visitar a un enfermo que no sabía teología pero quería un poco de consuelo. Esos médicos que dijeron que no al aborto y perdieron su trabajo. Esos empresarios que se arruinaron el día en que dejaron de lado un contrato deshonesto. Esos obreros que no supieron odiar a sus capataces aunque eso les enseñaron unos revolucionarios que no sabían nada de perdón ni de cielos. Esos políticos que siempre perdían en las elecciones porque amaban más a los niños no nacidos que a las encuestas de la opinión pública. Esos periodistas que fueron dejados de lado cuando no escribieron esa media verdad (que es una mentira de terciopelo) que pedía el jefe de redacción.

El cielo tiene a ladrones, criminales, adúlteros y borrachos que un día, de rodillas, como niños, lloraron sus pecados. Tiene a madres que abortaron y que un día sintieron que el amor de Dios es más grande que todo pecado. Tiene a publicanos y políticos deshonestos que se hicieron ricos con el dinero de otros, y se hicieron pobres al descubrir que sólo vale el Dios que perdona los pecados, al repartir a otros eso que ganaron en un pasado lleno de miserias. Tiene a sacerdotes que tocaron con manos sucias a Dios cada mañana, pero que fueron alcanzados por un amor que limpia todo corazón arrodillado y dolido por sus miserias y traiciones.

Llenan el cielo esos miles de mártires que murieron con la palabra “perdón” entre sus labios, mientras para el mundo eran derrotados, infelices, condenados al olvido de la historia.

Debe ser un lugar hermoso este cielo. Dios nos espera, Jesús nos guía, María nos llama. Tenemos un lugar para nosotros, entre pordioseros, madres, padres, niños y panaderos. Tenemos un lugar asequible, a la mano. Basta con que hoy abramos el Evangelio y leamos con ojos frescos, hambrientos, sencillos: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino, porque supisteis amar a mis hermanos...”