Aborto, cifras y realidades

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Reflexión del libro “Abrir ventanas al amor”   

 

            El hombre no puede abarcar toda la realidad. Es demasiado grande el “banquete” de acontecimientos, personas y objetos que pasan ante nuestros ojos como para que todo pueda entrar en nuestra pequeña capacidad de atención. Por eso nos gusta reducir las cosas a sus elementos comunes, o captar algún aspecto, o dejar de lado algunas realidades para observar con más detenimiento otras.

El aborto también es una realidad sumamente compleja. Normalmente se hace, de partida, una reducción de este hecho al aborto “clínico”, cuando existen otros muchos tipos de abortos: unos, espontáneos; otros, producidos, directa o indirectamente, por algunos medicamentos que son llamados “anticonceptivos” (a pesar de su nombre, no siempre impiden la concepción y en ocasiones llevan a un aborto precoz). Es difícil, por lo mismo, hacer un estudio global “sobre el aborto”: la realidad es mucho más complicada de lo que pueda llegar a comprender una organización tan bien equipada como lo es la Organización Mundial de la Salud (OMS).

A partir de los datos fríos y escuetos que la OMS ha ofrecido en 1999 sobre el “aborto procurado” en el mundo nos nacen una serie de preguntas. La primera: ¿qué se entiende por “aborto procurado”? Con este adjetivo se alude a aquellas acciones que quieren explícitamente eliminar un desarrollo embrionario o fetal ya iniciado. Por lo mismo, se trata de acciones decididas y llevadas a cabo por personas libres, adultos (o también adolescentes) en contra de otros individuos que tienen la mala suerte de ser concebidos en un momento no deseado. Esta simple definición nos hace ver que en el aborto hay un conflicto y choque de derechos, pues todo embrión, de por sí, está destinado a la vida plena. El que se le elimine nos parece una injusticia que va contra los derechos de cualquier infante no nacido.

Por ello, nace la segunda pregunta: ¿por qué no es deseado un feto o un embrión? Parece natural que un nuevo miembro de nuestra especie sea siempre acogido con gran alegría. ¡Tenemos entre nosotros a uno de nuestra familia humana! Pero esa alegría que suele acompañar a muchos embarazos a veces no se da. Hay quienes reciben la noticia de una concepción como si se tratase de algo imprevisto e, incluso, perjudicial.

Por ejemplo, una mujer que queda embarazada sin un proyecto familiar puede sentir un fuerte impulso a abortar, por la sencilla razón de que todavía no ha llegado a elaborar un plan de vida suficientemente maduro como para acoger al ser diminuto que ya está en contacto con sus entrañas. O, en una situación muy distinta, una familia que tiene pocos recursos económicos puede ver con miedo las señales de un nuevo embarazo, pues se da cuenta de que esta existencia que se abre a la vida disminuirá la ración de comida de quienes viven bajo el mismo techo (y hay familias que no tienen ni siquiera un techo...). O incluso, una pareja de esposos que vive con suficientes medios económicos, pero que se encuentra en un especial momento profesional de stress o de sobrecarga de trabajo, puede ver al niño que quiere nacer entre ellos y de ellos como una seria dificultad para mantener un ritmo de vida superacelerado. Se dan también otras situaciones, más o menos dramáticas, que pueden llevar a unos esposos o a una mujer a la opción, siempre angustiosa, de un aborto.

Dejamos de lado el tema de la “planificación” o de la “prevención” de un embarazo. Está claro que, para no tener un hijo en un momento determinado de la propia vida, o uno se abstiene de relaciones sexuales en los momentos de fertilidad (y en esto se basan los métodos naturales), o uno modifica el sentido y el significado de la relación conyugal por medio de algunos métodos “anticonceptivos” (y ya dijimos antes que, en ocasiones, son también abortivos), según lo que parece auspiciar la misma OMS. Pero en ocasiones ni siquiera esos métodos funcionan, o existen personas que no han conseguido todavía la suficiente pericia como para lograr un uso eficaz de los mismos. Y entonces, cuando ya la mujer se da cuenta de que está en cinta, el problema del posible aborto se plantea en toda su crudeza.

Así que tenemos la tercera pregunta: ¿qué se puede hacer en estas situaciones? Si todo embrión y feto tienen un derecho natural a la protección y a la vida, hay que buscar alternativas al aborto. El que se recurra a esta terrible “solución” en 50 millones de casos al año (si es verdad la cifra que ofrece la OMS) indica que falta dinamismo a muchas familias y sociedades para encontrar caminos de justicia y de amor. Falta, quizá de un modo más radical, una profundidad solidaridad y cercanía a la mujer o a la familia que quiere abortar, que muchas veces sólo encuentra presiones e insinuaciones a recurrir a las técnicas abortivas como si se pudiese aplicar con seres humanos aquello de que “muerto el perro se acabo la rabia”. Por desgracia, hoy hay perros que gozan de más protección social en algunos lugares del mundo que muchos niños no nacidos...

Además, la OMS nos informa, con frialdad técnica, que también en esos abortos provocados mueren alrededor de 70 mil mujeres cada año, especialmente por la falta de asistencia médica. Es decir, que junto a los 50 millones de embriones y fetos muertos en un acto deliberadamente abortivo, fallecen 70 mil mujeres que, si tal vez hubiesen renunciado al aborto, podrían no haber muerto... El dato no es completo, pues en 50 millones de abortos también mueren unas 25 millones de mujeres “embrionales”, si es que no mueren más cuando se da el aborto discriminatorio de las mujeres concebidas... Desde luego, también el llevar adelante un embarazo puede provocar la muerte de la mujer. Pero, ¿no vale la pena el riesgo cuando nace de un acto de amor y de respeto a otro? ¿No mueren por contagio médicos y voluntarios que luchan contra las enfermedades más contagiosas que existen en nuestro planeta?

Ante tanta muerte y tanto dolor, el mundo debería reaccionar. No podemos quedarnos tranquilos ante tantos seres humanos abortados de modo deliberado. No podemos permanecer indiferentes ante las mujeres que mueren en pseudo clínicas abortivas carentes de medios pero, sobre todo, carentes de amor hacia dos seres indefensos, la madre impulsada a abortar, y su hijo eliminado injustamente. Y no basta con decir que la lucha contra el aborto logrará muy poco porque ni siquiera la lucha moderna contra la esclavitud, que ya lleva más de dos siglos de historia, ha logrado eliminarlo de nuestro planeta. Hay que empezar a moverse, de forma decidida, con fe en la capacidad de todo hombre y de toda mujer de amar y de darse al amor. Algún día se verán los frutos. Y entonces no morirán 70 mil mujeres por culpa del aborto, ni morirán 25 millones de hombres y 25 millones de mujeres en el seno de sus madres...