Discrepar desde el respeto  

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Pensamos diferente, tenemos opiniones contrastadas, discutimos.

 

Las diferencias se convierten, para algunos, en motivo para la ironía, la burla, el sarcasmo, los ataques personales.

 

Es fácil escuchar o leer palabras contra las personas, burlas sobre nombres o apellidos, ironías sobre la apariencia física o las características psicológicas del otro. Hay quienes, incluso, aluden a la nacionalidad, la raza, el sexo, los parientes u otros datos del “adversario” para arrinconarlo, para despreciarlo, para destruirlo.

 

Las discrepancias nacen desde motivos diferentes: a veces por errores, a veces por la complejidad de un asunto concreto, a veces por la malicia de una de las partes (o de las dos). Pero nunca la existencia de diversos pareceres debería convertirse en excusa para ataques bajos, para burlas que provocan risas fáciles pero que denigran más a los mal hablados que a sus víctimas.

 

Por eso, en un mundo donde son frecuentes las zancadillas y las puñaladas por la espalda, produce una alegría inmensa encontrar a hombres y mujeres limpios, educados, que razonan y que exponen sus ideas desde el respeto sincero hacia el diferente, hacia quien defiende otras posiciones, otros proyectos, otras alternativas.

 

No es descabellado hablar de un “derecho” a la discrepancia. Como seres humanos, no podemos sentirnos tranquilos ni apáticos ante afirmaciones o hacia actos concretos que consideramos incorrectos o equivocados. Igualmente, habrá muchas personas que vean nuestro punto de vista como erróneo o incluso peligroso. Pero el “derecho” a discrepar no puede convertirse en un pasaporte para ataques bajos, para ironías veladas, para burlas que no solo van contra los “rivales”, sino que a veces llegan a dirigirse contra sus familiares, sus amigos, sus conocidos, sus connacionales.

 

Ortega y Gasset escribía, en las páginas iniciales de sus “Meditaciones del Quijote”, lo siguiente: “desconfío del amor de un hombre a su amigo o a su bandera cuando no le veo esforzarse en comprender al enemigo o a la bandera hostil”. Porque, podemos completar la idea de Ortega, no defendemos bien la propia causa, las propias ideas, si acompañamos nuestros argumentos con odio, con desprecio, con ironías arrojadas con bajeza contra “los adversarios”.

 

El respeto vale siempre, también a la hora de exponer ideas diferentes, de discutir con pasión y con modales de los buenos. Pensar que uno tiene la razón debería conducirnos a esa actitud limpia y noble de unir la presunción de estar en lo cierto con el reconocimiento de una verdad que vale para todos: cada hombre, cada mujer, tiene una dignidad que merece ser respetada, también cuando se equivoca.

 

Reconocerlo será la mejor tarjeta de presentación para ofrecer nuestro punto de vista con un deseo sincero de ayudar a quien piensa de otra manera, en el deseo común que une los corazones buenos: avanzar hacia la construcción de un mundo que viva cada día más cerca de la verdad y de la justicia