Viniste por los pecadores

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Los justos no necesitan misericordia, porque ya son justos, porque son buenos, porque no han fallado ni a Dios ni a sus hermanos.

Los pecadores, en cambio, han sucumbido al mal, al perdido la gracia, han fallado a la alianza de amor con Dios (cf. Mt 9,13).

Cristo vino precisamente por los que somos pecadores, para invitarnos al mundo de la misericordia. Ese es el gran misterio de Su Amor. Dios no deja de lado a sus creaturas, no olvida la obra de Sus manos, no abandona a sus hijos, sobre todo a los más débiles y enfermos.

Por eso podemos leer en el libro de la Sabiduría: “Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho. Y ¿cómo habría permanecido algo si no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado? Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida” (Sb 11,24-26).

Dios es bueno, simplemente. Desea el regreso de los hijos perdidos, tiende lazos de amor eterno, atrae suavemente hacia su encuentro a los que estábamos lejos por el pecado (cf. Os 11,4).

Dios Padre llama a todos con gestos de misericordia, con la Sangre de su Hijo, con la fuerza de la Cruz, con la victoria de la Pascua. Si el pecado llenó de pena los corazones e introdujo la muerte en el mundo, ¡cuánto más fuerte y más profunda es la acción salvadora de Cristo! (cf. Rm 5,1-21).

Sí: viniste por los pecadores, por mí, por quienes a mi lado han sucumbido ante la debilidad de la carne, la soberbia del espíritu, la fuerza del maligno. Viniste para limpiar nuestras heridas, para borrar pecados, para enjugar lágrimas, para restablecer en su dignidad a cada uno de tus hijos. Viniste para sacarnos de las tinieblas del sepulcro, para iluminar nuestros corazones, para invitarnos a la gran fiesta de la Pascua (cf. Ef 5,14, 1Co 5,7-8).