Gracias a Dios, sólo hubo heridos

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Jueves Santo, 1 de abril de 2010, en las montañas cerca del Pico de Orizaba (México). Una furgoneta con jóvenes misioneros pierde los frenos y cae por un precipicio. Gracias a Dios, sólo hubo heridos.

 

En el valle llega la noticia. Suben las ambulancias, recogen a los misioneros. Mientras, en la parroquia, durante los momentos de adoración ante Jesucristo Sacramentado, la gente pide por los jóvenes accidentados.

 

Sí, gracias a Dios, sólo hubo heridos. Pero si uno o varios misioneros hubieran muerto, ¿podemos decir “gracias a Dios”?

 

La vida de cada ser humano está siempre en las manos de Dios. Nacemos porque nos quiso. Vivimos desde Su Amor. Caminamos en el tiempo hacia el encuentro definitivo, eterno, con Dios.

 

Todo lo que ocurre está en las manos de Dios. Si cae un cabello de nuestra cabeza, si muere un jilguero ante nuestros ojos, si perdemos la salud o los bienes materiales, si los frenos no funcionan, siempre estamos bajo la mirada de un Dios que es bueno, que es misericordia, que nos ama (cf. Mt 10,29-31).

 

Cuando nos “libramos” de una prueba, cuando superamos un accidente, cuando sanamos de una enfermedad, es gracias a Dios.

 

Pero también es gracias a Dios el que inicie una prueba más difícil, el que la muerte nos prive de un ser querido, el que llegue el momento de presentarnos ante Dios.

 

Gracias a Dios, sólo hubo heridos. Si hubiera habido muertos, tendríamos que decir, con sencillez y confianza, “gracias a Dios, hubo quienes ya han sido llamados al encuentro con Dios Padre”

 

En los mil accidentes de la vida, en los momentos de dolor y de pena, llega la hora de mirar al cielo para reconocer que el Amor es la última palabra de la historia, que Dios está siempre a nuestro lado, que nunca nos abandona, que nos consuela en medio de las pruebas.

 

Dios es Padre, y un Padre sabe lo que es bueno para cada uno de sus hijos, aunque a nosotros nos duela ese momento, breve desde la fe, de la despedida momentánea, de la muerte repentina, de nuestros seres queridos.