Reproches amables

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Hay reproches que duelen porque llegan desde la mentira y la calumnia. Causa una pena profunda ver cómo hay personas que denigran a otros (o a uno mismo) con falsedades y teoremas sin fundamento.

Otros reproches duelen no sólo porque denuncian errores reales (da pena verse interpelado por los propios fallos), sino por las actitudes y el tono de quienes los pronuncian.

En la vida es fácil caer, sucumbir a mil tentaciones, ceder a la codicia, consentir a la pereza, dejarnos arrastrar por el pecado. Junto a la pena que produce tener que reconocer nuestras miserias, las palabras de quienes nos denuncian, si están llenas de odio y de desprecio, llegan hasta el fondo del corazón y abren aún más las heridas que todavía sangran.

Pero existen reproches amables que llegan desde corazones serenos, desde almas amigas, desde quienes, al ver nuestra miseria, buscan, amorosamente, sinceramente, darnos una mano, orientarnos hacia el buen camino, sacarnos del abismo del pecado, para llevarnos, poco a poco, al mundo de la gracia.

Los reproches amables, desde luego, no ocultan el mal que nos ha manchado. Son “reproches”: algo de pena producirán en nuestras almas. Pero su modo de llegar, la actitud de quien nos interpela, suaviza el momento de la denuncia y nos hace percibir el amor que tiene quien nos dirige la palabra.

También los reproches de Dios son amables. Aunque duelan, aunque sintamos pena al ver que nos “azota”. Recordar, simplemente, lo mucho que nos ama, dará esperanzas al corazón para no abatirnos. Nos llevará a confesar, con humildad y con lágrimas sinceras, que hemos pecado, que queremos cambiar de vida, que acogemos el reproche divino como señal del gran amor que nos tiene Dios Padre.

“Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? Mas si quedáis sin corrección, cosa que todos reciben, señal de que sois bastardos y no hijos. Además, teníamos a nuestros padres según la carne, que nos corregían, y les respetábamos. ¿No nos someteremos mejor al Padre de los espíritus para vivir?” (Heb 12,6-10).