Vigilancia y oración
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Cristo invita a sus
discípulos a la vigilancia y a la oración (cf. Mc 13,33 y Lc 21,36).
Vigilar, ¿por qué? Uno vigila cuando tiene algo precioso, un tesoro, y cuando
existen peligros que amenazan ese tesoro.
Para cualquier ser humano, la vida es algo precioso, un don. Pero la vida es
frágil: basta una enfermedad, un accidente, y todo termina.
Para los creyentes, nuestras vidas no son simples puntos en el tiempo. Venimos
de Dios y a Dios vamos. Por eso, tenemos un tesoro aún más importante que la
simple vida terrena: la amistad con Dios, la gracia, la unión con Cristo en la
Iglesia, son dones de un valor incalculable, porque nos permiten acoger a Dios
en nuestro interior y nos orientan y preparan para el cielo.
Los enemigos de los dones divinos son muchos, pero se resumen en tres palabras:
mundo, demonio y carne.
El mundo es ese ambiente de ambiciones, de egoísmos, de envidias, de críticas,
de desenfreno, que arrastra a los débiles, que destruye familias, que genera
corrupción, que explota en adicciones destructivas.
El demonio... Para muchos no existe, pero aparece en el Evangelio y en muchos
lugares de la Biblia. En palabras de san Pedro, el demonio “ronda como león
rugiente, buscando a quién devorar”, por lo que tenemos que ser sobrios y
vigilar (cf. 1P 5,8).
La carne es ese conjunto de tendencias interiores hacia lo cómodo, lo
placentero, lo “brillante”, lo que llena de algún modo nuestras ambiciones de
poder o de riquezas desordenadas.
Se trata de enemigos poderosos, que actúan en cada corazón y que lo someten a
mil tentaciones, desde dentro y desde fuera. Por eso Cristo no sólo pide que
vigilemos, sino que recemos, para recibir ayuda de lo alto, para adquirir una
fortaleza que viene del cielo. Podremos vencer entonces, junto al Maestro, en el
combate constante de la vida cotidiana.