Las nubes llegan, las nubes pasan
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Los pronósticos ayer eran
unánimes: lluvias para el día de hoy. La radio, la televisión, la prensa,
internet... todos decían y confirmaban que hoy tendríamos lluvias generosas.
Tras varias semanas de sequía, la noticia nos había infundido esperanza.
El amanecer llegó cargado de nubes. ¡Viene la lluvia! Pasan las horas, las nubes
vienen, las nubes van. De lluvia, nada de nada. Pensamos que quizá al mediodía
los cielos desatarán un chaparrón “a la grande”.
El reloj sigue su camino. Empezamos a comer. Nos levantamos de la mesa: nada.
Bueno, quizá en la tarde...
Las horas pasan, las nubes también. Esperamos, al menos, que por la noche llegue
un pequeño diluvio.
Llega la hora de acostarnos. No ha llovido ni una gota de agua. Algo en el
corazón nos dice que podría caer la lluvia en esas misteriosas horas nocturnas.
Al día siguiente constatamos, casi con una especie de frustración profunda, que
las esperanzas fueron vanas.
Los hombres necesitamos esperanzas. En situaciones difíciles, en medio de graves
problemas, ante tensiones familiares, entre crisis económicas que nos ahogan
poco a poco, miramos hacia el futuro y anhelamos una ayuda, un encuentro, una
mano tendida, una llamada telefónica, algo que cambie el panorama y ofrezca
horizontes de bonanza.
Pero cuando constatamos que el tiempo pasa y que no ocurre lo que tanto
esperábamos, que no llega ninguna ayuda, que no suena el teléfono con la voz del
jefe de trabajo, que las nubes pasan de largo, el corazón puede caer en una
angustia profunda. ¿Para qué seguir esperando? ¿Para qué abrir ventanas al
futuro y confiar en lluvias que no llegan, en decisiones del gobierno que nunca
se toman, en llamadas telefónicas de familiares que quizá ya no nos quieren?
Son momentos difíciles. Sentir que no llueve cuando tanto lo esperábamos genera
penas corrosivas. Ver que no llega un rayo de esperanza nos sumerge más en la
pena que ya atenazaba nuestras almas.
En esas situaciones podemos reconocer que tenemos aún agua en el pozo; que no
nos falta salud para salir de casa y volver a buscar empleo; que tenemos
familiares buenos que nos dan algo mucho más importante que el dinero: afecto y
confianza.
Sobre todo, podemos mirar al cielo, más allá de las nubes que vienen y pasan.
Descubriremos entonces que hay un Dios que es Padre, que nos hizo por amor, que
se preocupa por cada uno de sus hijos, que nos acompaña, que nos levanta, que
nos susurra, amorosamente:
“No te preocupes. Permití que no lloviese porque tengo para ti algo mucho más
grande y más hermoso. Quiero que descubras que en la Tierra todo es pasajero,
mudable, incierto, mientras que en mi corazón encontrarás siempre seguridad,
alegría y esperanza, para el tiempo y para lo eterno