Heridas que ahogan el alma
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Los golpes de la vida
dejan heridas. Algunas, gracias a Dios, cicatrizan con cierta velocidad. Otras
tardan en cerrarse. Otras siguen abiertas por semanas, meses, incluso años.
Las heridas del corazón tienen un comportamiento parecido. Una ofensa, una
traición, un desengaño, un fracaso, pueden hacernos daño durante un tiempo
breve, pero sin dejar grandes huellas en la propia vida. Otras veces tardan más
tiempo, pero al final cicatrizan. Pero existen heridas del alma que sangran
durante un tiempo largo, muy largo, casi asfixiante.
Esas heridas ahogan el corazón y lo sumergen en depresiones intensas, en miedos
que aturden, en odios que destruyen, en sospechas hacia todos y hacia todo, en
desesperanza, en agonía interior.
Es casi imposible evitar los malos momentos, los golpes fuertes en el camino de
la vida. Pero es importante saber afrontarlos con un corazón sano y con un
realismo sereno. Sobre todo, con la esperanza puesta en Dios.
En el mundo no todos son buenos, pero tampoco todos son malos. No todas mis
decisiones llevan a buenos resultados, pero no todas están condenadas al
fracaso. Entre mis amigos no todos son fieles y sinceros, pero gracias a Dios no
son todos traidores y miserables.
Las heridas forman parte de la vida, constituyen un ingrediente inevitable entre
quienes emprenden un camino. A veces, porque uno mismo es torpe y no supo prever
dónde estaba el peligro. Otras veces, porque los otros, con o sin culpa,
obstruyen nuestra vida, provocan heridas en el cuerpo o en el alma, cortan
nuestros mejores sueños o también (gracias a Dios) impiden que llevemos a cabo
planes absurdos.
No puedo permitir que esas heridas paralicen mi alma. Tengo entre mis manos mil
horizontes que se harán realidad si empiezo a dar un nuevo paso. Hay ojos y
corazones amigos que piden, que suplican, que me levante de mi pena, que deje
mis angustias, que supera ofensas, que pida perdón a Dios y a quien he dañado de
algún modo, que ponga en marcha mi inteligencia y mi voluntad para conquistar
metas buenas.
Hoy es un día en el que mi corazón puede recibir una terapia profunda, intensa,
desde las manos de un Dios que no dejará nunca de amarme, porque soy obra de sus
manos. Basta simplemente que le dé permiso para que limpie, para que cosa, para
que le deje hablar en lo más íntimo del alma, para que consuele mi dolor, para
que perdone mi pecado, y para que me lleve, suavemente, a perdonar a todo aquel
que me haya provocado alguna herida en este camino misterioso del existir
humano.