La mejor censura para el periodista honesto

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

¿Existen motivos serios para admitir la censura en el mundo de la prensa? Si la censura implica someterse a grupos de poder que filtran los temas según sus intereses, entonces la respuesta es negativa: la censura se convierte en un arma que destruye la sana libertad de prensa y que permite ocultar las noticias que van contra los poderosos.

 

Es posible, sin embargo, encontrar una “sana censura” en el mundo de los periodistas: la que nace de un continuo espíritu de autocrítica, del amor sincero por la verdad, del respeto a las personas y a los grupos, de la denuncia ante hechos reales y perniciosos (aunque ello signifique arriesgar el puesto de trabajo o incluso la propia vida), de la tarea paciente y constante por controlar datos y verificar informaciones.

 

En otras palabras, la mejor censura para promover un periodismo honesto nace de la conciencia de quien tiene en sus manos un arma magnífica para defender la verdad, para combatir la injusticia, para salvaguardar el buen nombre de los calumniados, para corregir errores y murmuraciones sin fundamento que se divulgan con excesiva facilidad en el mundo de la información.

 

La honestidad lleva a esa tarea, a veces casi quisquillosa, de controlar cada dato, cada nombre, cada fecha, cada lugar. Seguramente un artículo preparado a conciencia llevará más tiempo y tardará más en salir “del horno”, pero llevará mejores datos, menos inexactitudes y más seriedad en el fondo y en la forma.

 

Existe, por desgracia, un periodismo hecho de prisas. Apenas surge un rumor o una posible noticia, los ojos buscan aquí y allá informaciones “adicionales”. La boca pregunta por teléfono la opinión de dos o tres personas famosas o aparentemente “competentes” (algunas de las cuales en realidad no saben casi nada del asunto). Las manos se ponen en el teclado para preparar un servicio “caliente” que encienda las lámparas de alerta y que permita tener el “primado” (la exclusiva) respecto del nuevo asunto.

 

El resultado de artículos escritos de esa manera es, muchas veces, lamentable: errores graves en los datos (nombres, fechas, personas); insinuaciones y sospechas (el periodista inteligente sabe qué hacer para aludir sin el peligro de ser acusado como calumniador) que manchan la fama de inocentes y crean actitudes de rechazo en los lectores; aplausos baratos a personajes que no lo merecen pero que son ensalzados por grupos de poder según sus intereses.

 

Frente a ese periodismo barato y superficial, y para evitar censuras externas que producirían más daños que beneficio, vale la pena cualquier esfuerzo por preparar hombres y mujeres íntegros que, en el mundo de la información, practiquen la censura más efectiva y más sana: la de la honestidad para decir  sólo lo que se ha investigado seriamente, para reconocer sinceramente lo que no se sabe, para dejar de lado escándalos o pseudonoticias superficiales, y para ofrecer la atención debida a los temas más importantes en la vida de las personas y de los pueblos.