Entre fantasmas malos y fantasmas buenos
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Los fantasmas no existen.
Pero a veces les damos tanta importancia, les hacemos tanto caso, que un
fantasma puede tener más “cuerpo” y más “realidad” que las cosas verdaderas y
concretas que forman parte de nuestra vida.
Entre los fantasmas que nos rodean y agobian se encuentra un grupo muy complejo,
que tiene su origen en uno mismo o en quienes están a nuestro lado. Se trata de
ideas y aspiraciones nunca realizadas pero muy deseadas, de imágenes que surgen
de los sueños que tenemos de nosotros mismos, o de lo que otros esperan de
nuestra vida.
En cada ser humano conviven diversas maneras de valorar la propia vida, que no
siempre coinciden con la realidad. A veces vemos nuestro pasado de un modo
distorsionado. Otras veces son los demás quienes no llegan a captar nuestra
verdadera historia.
Algo parecido ocurre con el presente, con lo que somos y hacemos ahora. Una cosa
es nuestra realidad concreta, nuestro modo de ser, nuestras acciones de cada
día, nuestra vida familiar y profesional. Otra lo que yo desearía ser y lo que
pienso ser, o lo que otros esperan y desean de mí, lo que juzgan de mi vida.
Surgen así una serie de “fantasmas” irreales que nos acompañan, que van a
nuestro lado. A veces esos fantasmas nos agobian, porque uno sueña volar más
alto de lo que realmente puede, o porque otros esperan de uno mucho más de lo
que puede realizar.
No hay que ver siempre a esos fantasmas como algo negativo, pues en ocasiones se
trata de “fantasmas buenos”, que estimulan a una sana autosuperación porque nos
sacan de nuestra pereza y nos lanzan a buscar metas elevadas y asequibles.
Conviene profundizar en este fenómeno, pues con tantos fantasmas que giran a
nuestro alrededor podemos caer en frustraciones y amarguras profundas, en
desalientos, o simplemente en una actitud que nos impide apreciar la realidad en
todas sus riquezas y en todos sus límites.
Cada ser humano tiene cualidades e imperfecciones que forman parte de su
condición personal. A la vez, estamos abiertos a muchas opciones, desde una
libertad y una razón que analiza los hechos, que proyecta las decisiones, que se
apoya en las experiencias y conocimientos del pasado.
Con esos límites y esas riquezas, estamos radicados en una situación concreta:
un cuerpo, una edad, una familia, un hogar, unos títulos, un trabajo (o, por
desgracia, el desempleo), unos amigos, un tiempo para el descanso.
Esa situación concreta está acompañada, como vimos, por diversos “fantasmas”.
Muchos, no sé si la mayoría, se sienten descontentos de lo que viven y de lo que
hacen. Sus “fantasmas”, sus sueños y aspiraciones, les colocan en coordenadas
diferentes de las que ahora tienen. Desearían realizar otro trabajo, tener otro
esposo o esposa, incluso definirse con otras características físicas y
psicológicas. Esos fantasmas generan una profunda insatisfacción interior y
explican, por ejemplo, la existencia de páginas en internet como las de “second
life” o parecidas.
Hay quien trabaja como técnico y sueña ser pintor. Hay quien da clases y desea
íntimamente ayudar en el mundo de la arquitectura. Hay quien ordena papeles en
una oficina y sería el hombre más feliz del mundo si trabajase como guarda
forestal.
Otras veces los fantasmas son, aparentemente, más “realistas”. Acepto mi
situación y mi trabajo, mi oficina o mi fábrica, pero sueño llegar a ser el
mejor, el más ordenado, el más eficaz, el más amable, el más realizador.
Al ver la realidad, al constatar lo poco que hago, al reconocer los continuos
choques con los compañeros y los familiares, surge un descontento profundo que
amarga mi existencia y me hace sentir un pobre hombre, incapaz de acometer nada
interesante en la vida.
Junto a los fantasmas que uno mismo crea a su alrededor pululan, como ya
dijimos, fantasmas que proceden de los demás, lo cual ocurre de dos maneras
distintas. La primera, en lo que uno imagina que los demás esperan de él. Este
fantasma es, en buena parte, derivación del fantasma interior: veo que los otros
desean de mí cosas que, en el fondo, yo también desearía. O pienso que los otros
esperan y piden de mí mucho más de lo que realísticamente yo podría ejecutar.
La segunda manera es objetiva: el fantasma externo es real, no un simple
resultado de lo que uno piensa que los demás piensan y piden de uno. La esposa
exige concretamente al esposo (o el esposo exige a la esposa) más orden en casa,
más limpieza en la ropa, más atención a los detalles, más cariño, más bondad,
más alegría, más rendimiento, un mejor sueldo...
Ante tantos “fantasmas” que nos rodean y acompañan, vale la pena hacer un
trabajo de discernimiento que ayude a distinguir entre los sueños irrealizables
y lo que son aspiraciones sanas que llevan a mejoras concretas.
Los sueños irrealizables son eso: irrealizables. Soñar una y otra vez con lo que
no está a nuestro alcance genera frustraciones y cansancios, y lleva al corazón
a un descontento profundo ante la realidad concreta en la que se desarrolla la
propia vida.
Por eso vale la pena alejar de nosotros fantasmas que no sirven para nada y que
pueden llegar a hundir a las personas en una amargura absurda al envidiar lo que
no tienen y apartarse de las exigencias concretas de la situación que tienen
realmente en sus manos.
Lo que yo sueño de mí mismo, lo que los demás piden desmedidamente, no puede ser
nunca el parámetro para valorar mi vida ni para orientar mis decisiones.
Pero tenemos a nuestro lado esos fantasmas buenos, esas aspiraciones legítimas y
sanas, que vienen tanto de uno mismo como de los demás. Si los acogemos, si los
analizamos serenamente, si nos confrontamos con ellos de un modo realístico,
seremos capaces de iniciar caminos de superación personal y de avanzar así hacia
metas concretas y asequibles.
Así, el fantasma del perfeccionismo nos ayudará a poner más atención en lo que
hacemos y a mejorar nuestro rendimiento. El fantasma del hombre o de la mujer
cariñosos endulzará un poco nuestro carácter y nos alejarán de los reproches
continuos con los que martirizamos a quienes viven a nuestro lado. El fantasma
de la jovialidad y del triunfo nos orientará a pensamientos positivos y a trazar
metas concretas y asequibles, que tanto gratifican el corazón y lo llenan de esa
sana alegría de viene de la conquista de un objetivo concreto.
Sobre todo, el fantasma del sano realismo nos llevará a asumir la propia
historia, con sus luces y con sus sombras, para desde la misma ver qué me pide
el presente, cuáles son las posibilidades que tengo abiertas ante mí, y cuáles
son las puertas cerradas que nunca podremos abatir.
Vale la pena colocarnos ante nosotros mismos con ese fantasma bueno del realismo
y ver, como enseñaba el gran psicólogo Viktor Frankl, qué me pide ahora la vida
(qué me piden mi corazón, el corazón de tantas personas amigas, y el corazón del
mismo Dios), en su horizonte concreto y desde la apertura de mi inteligencia y
de mi voluntad hacia el bien, la verdad y la belleza.