Un propósito firme para vivir el Evangelio
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Si reconocemos que el
mundo es efímero y que no hay nada seguro en el reino de los átomos y la
energía.
Si aceptamos que el cuerpo sufre un continuo desgaste y que no es posible
mantener indefinidamente un buen nivel de salud y de habilidades psíquicas.
Si percibimos que los deseos a veces fluctúan en la propia alma, que pueden
orientarnos hacia lo bueno y noble sólo si los guiamos con propósitos firmes y
con ideas claras, o pueden llevarnos al pecado y la injusticia si seguimos
nuestras pasiones más mezquinas.
Si nos toca sufrir el drama de perder la propia fama, o el trabajo, o la
amistad, o los afectos de la familia.
Si abrimos los ojos al engaño de la avaricia y descubrimos que el dinero puede
destruirnos con su fragilidad absurda.
Si salimos del sueño de placeres vanos, de imágenes brillantes y vacías, de
músicas que embotan el corazón, de sustancias que provocan alucinaciones y que
destruyen la nobleza del alma.
Si rompemos con ese egoísmo que lo centra todo en la búsqueda del propio
bienestar y en la autoestima miserable, para descubrir que vale la pena dar la
vida por quienes viven a nuestro lado.
Si dejamos que la inteligencia vuele alto, reconozca la belleza y la bondad de
Dios, confiese que Cristo es el Hijo del Padre, y se lance a nadar en el mundo
de las verdades eternas.
Si fortificamos la voluntad para que tome decisiones serias, orientadas hacia
bienes verdaderos y hacia el amor sincero, capaces de ayudar a amigos y
enemigos, con la energía necesaria para apartar los ojos y el corazón de los
caprichos egoístas.
Si suplicamos, en la oración, la gracia de Dios para romper con el pecado y para
vivir, en serio, el Evangelio.
Si usamos nuestras palabras y nuestro tiempo para anunciar desde las terrazas,
como católicos, la gran noticia de la Muerte y de la Victoria de Jesucristo el
Nazareno.
Entonces significa que hemos puesto la mano en el arado para no mirar nunca
atrás: seremos verdaderos discípulos del Maestro, abriremos horizontes de
esperanza para el corazón de tantas personas que serán tocadas por Dios gracias
a la luz que brilla en nuestra vida nueva.