Empezar con el ABC de la vida

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

A escribir se aprende desde lo más sencillo. Según algunos, con el abecedario. Según otras técnicas, con palabras concretas que son parte de la vida de los alumnos (niños o adultos).

A vivir también se “aprende”. Es verdad que ya estamos viviendo: comemos, nos vestimos, trabajamos, jugamos, vamos al médico, hablamos con familiares y amigos. Pero a veces perdemos de vista cosas importantes, quizá la cosa más importante.

Porque la maravilla de la vida humana consiste en que somos seres espirituales, que vivimos en el tiempo y que viajamos hacia lo eterno.

Lo cual es lo mismo que decir que tenemos un alma inmortal, que estamos abiertos a la verdad, que tenemos una orientación profunda al amor auténtico, que deseamos los bienes que no acaban.

Para algunos lo anterior es falso, o difícil de probar. Niegan que tengamos un alma espiritual, o piensan que somos simplemente seres temporales nacidos por casualidad y destinados a la aniquilación.

Otros suponen que existe la reencarnación, pero con esa hipótesis (que es, además, errónea) sólo posponen el problema: o uno se reencarnaría varias veces para luego desaparecer de modo definitivo, o luego dejaría de reencarnarse en algún momento para introducirse en el mundo de lo eterno.

No podemos renunciar al estudio del ABC de la vida humana. Nuestra complejidad es tan evidente que los materialismos no alcanzan a ofrecer una explicación profunda a la sed de justicia, a las preguntas ante el sufrimiento de los inocentes, a la búsqueda de la perfección, al sueño del amor eterno, al anhelo de transcendencia.

En el fondo de las preguntas por la vida se esconde una llamada que viene de nuestro origen y que explica nuestra orientación definitiva: venimos de Dios y vamos hacia Dios.

Al abrirnos a esa llamada, empezamos a reconocer el ABC de la vida humana, damos un sentido a las distintas piezas del rompecabezas de nuestra existencia. Incluso la propia caducidad, esa enfermedad que desgasta poco a poco o ese fracaso que duele en lo más íntimo del alma, empiezan a tener sentido.

Sólo cuando el cuadro termine veremos la belleza del conjunto. Mientras, las pinceladas parecen caóticas o no acaban de mostrar su valor verdadero. Nos queda mucho camino para llegar a comprender el ABC de la vida. Pero podemos aprender mucho si escuchamos las enseñanzas de Jesús el Nazareno: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).