Desde el pecado hacia la misericordia

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

El Evangelio ha entrado en mi alma. Dios ha permitido que una pasaje ilumine mi corazón. Estoy ante la verdad de Dios y ante la verdad de mi pecado.

He visto claramente el mal de la avaricia, la amargura de la sed de venganza, el fracaso del odio, la vileza de la hipocresía, la suciedad de los pecados de la carne, el sinsentido del egoísmo.

Quizá, en estos momentos, surge en mí un sentimiento de abatimiento, de pena, de vergüenza: he pecado tanto, en tantos modos, contra tantas personas... He cometido ese mal que hiere a Dios y a los hermanos.

Sí: el Evangelio denuncia el pecado y lo condena. Pero sería un error muy grave quedarme sólo en esa parte del mensaje del Maestro.

Porque también es Evangelio la mirada amorosa que Cristo dirige al pecador confundido, la búsqueda continua de la oveja perdida, la tarea diligente por invitar al hijo para que vuelva a casa (cf. Lc 15).

No he llegado de veras al centro del Evangelio si me quedo sólo en el reconocimiento del pecado. Eso ya es mucho, en un mundo que justifica tantas malas acciones y que renuncia a acercarse a la luz. Pero no es el núcleo completo del mensaje de quien vino no para condenar, sino para salvar (cf. Jn 12,47).

El Evangelio llega a tocar plenamente mi vida cuando me lleva de la mano al encuentro del perdón, de la misericordia, de la medicina de quien puede limpiar mis heridas, derribar mis miedos, purificar mis envidias, destruir mis odios, arrancar mis avaricias.

Hoy me acerco al Evangelio para que Cristo, nuevamente, diga al oído de mi alma que desea mi regreso, que mendiga mi arrepentimiento; que es Él mismo quien denuncia mi pecado con palabras suaves para que romper con el mal y entrar así al banquete de la misericordia, a la fiesta de la vida verdadera.