El cura de Ars y las tabernas
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Cuando llegó a Ars en
febrero de 1818, el sacerdote Juan María Vianney encontró una comunidad pequeña
(unas 200-300 personas) en la que abundaban los problemas. Uno de ellos era el
abuso de las bebidas alcohólicas, con ayuda de las tabernas que fomentaban la
vida de vicios y que provocaban el empobrecimiento de las personas más frágiles.
En aquellos años, como ocurre también hoy en muchos pueblos y ciudades, el
alcohol dañaba no sólo la salud de las personas, sino sobre todo sus corazones y
su vida familiar y social.
El cura de Ars decidió acometer el problema en su raíz: inició una campaña
sistemática contra las tabernas y contra las borracheras.
Desde el púlpito de la iglesia de Ars, el párroco empezó a denunciar con
palabras claras la bajeza propia de la vida de los borrachos, “que se colocan
por debajo del animal más inmundo”.
También arremetió con fuerza contra las tabernas. En uno de sus sermones dijo:
“La taberna es la tienda del demonio, la escuela donde el infierno predica y
enseña su doctrina, el lugar donde se venden las almas, donde las fortunas se
arruinan, donde la salud se pierde, donde las disputas comienzan y donde se
cometen los asesinatos”.
Los taberneros no quedaban fuera de las amonestaciones del nuevo cura. Sobre
ellos decía: “Los taberneros roban el pan de las pobres mujeres y de sus hijos,
dando vino a estos borrachos que gastan el domingo el jornal de la semana”.
Emborracharse, ciertamente, es responsabilidad de quienes van al bar, a la
taberna: el tabernero no tiene que controlar qué hace cada cliente con lo que
compra. Pero también es verdad que quienes colaboran con el mal, quienes
aprovechan las debilidades ajenas para enriquecerse, quienes permiten que unos
hombres con familia gasten sus pequeños ahorros para el vicio mientras sus
esposas y sus hijos carecen de lo más básico, tienen parte de culpa en la
situación de mal que se provoca gracias a las facilidades de comprar vino y
otras bebidas alcohólicas.
El cura de Ars vio pronto, con profunda alegría, los resultados de su campaña.
Poco a poco las tabernas (había cuatro en el pueblo) perdían clientes, mientras
que los domingos iban más y más personas a misa. Las dos tabernas que estaban
cerca de la iglesia cerraron pronto. Un poco más tarde, también clausuraban las
otras dos.
Los taberneros encontraron en Juan María Vianney ayudas concretas para salir
adelante o para emplear sus habilidades en otros servicios a la comunidad. Al
mismo tiempo, la pobreza casi desapareció en Ars, pues los hombres dejaron de
tirar su dinero en el vicio para dedicarlo a sus familias.
Puede parecer difícil repetir hoy las palabras de san Juan María Vianney. Para
algunos serían insultantes, o señal de intolerancia, o de un moralismo ajeno a
la realidad moderna. Pero fuera de las opiniones a favor o en contra, lo cierto
es que en muchos lugares bares y tabernas siguen siendo motivo de ruina para
miles de personas y para sus familias.
Vale la pena abordar el tema seriamente. Si hay cariño, si de verdad queremos el
bien y la promoción de las personas, encontraremos modos concretos para que
nunca haya quienes exploten las debilidades de sus semejantes, y para que los
borrachos o los que sucumben a otras dependencias (como la droga o el sexo)
encuentren a su lado manos amigas y corazones comprensivos que les permitan
dejar el vicio y emplear sus bienes y sus energías para el bien de sus familias
y de toda la sociedad.
En ese sentido, el cura de Ars es un ejemplo de cariño y de responsabilidad.
Cuando los “excesos” (palabras duras, pero con verdades buenas) nacen del amor
sincero, se agradecen. Lo triste sería quedarse con las manos cruzadas ante
tanto dolor y tanto vicio, por miedo a parecer intransigentes o puritanos.
Por eso, después de tantos años, el ejemplo de san Juan María Vianney puede
estimularnos a tomar en serio el estado de degradación moral en el que viven
muchos hombres y mujeres de nuestros pueblos y ciudades, y a buscar caminos
eficaces y concretos para darles una mano y permitirles el paso a una conversión
profunda y a una vida nueva.
(La información en la que se basan están líneas está tomada del libro de Francis
Trochu, El cura de Ars, Palabra, Madrid 1986, 4ª ed., pp. 183-191).