El gran error de la inmisericordia
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Cometer errores es, casi
inevitablemente, parte de la misma vida.
Nos equivocamos al pensar que es buena una persona que luego nos da una puñalada
en la espalda (con su lengua, con sus acciones, incluso con un gesto agresivo).
Nos equivocamos al pensar que es mala una persona buena. Por golpes de la vida,
por envidias, por egoísmos profundos, descalificamos a otros, los acusamos de
delitos que nunca cometieron, o simplemente vemos segundas intenciones en sus
palabras amables y en sus ayudas sinceras.
Es triste descubrir que el “amigo” era un villano. Es más confortante abrir los
ojos a la bondad de quien teníamos por malo, aunque nos duele tener que
reconocer que hemos pensado mal de un inocente.
Pero uno de los errores más graves que puede cometer el cristiano es vivir sin
misericordia, sin amor, cerrado a la alegría que viene del perdón sincero.
La Palabra de Dios es clara: “Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no
tuvo misericordia” (St 2,13). Porque todos estamos llamados a ser como el Padre,
que ama a todos, buenos o malos, justos o injustos:
“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso
mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues,
sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,46-48).
Hay quien sigue la norma “piensa mal y acertarás”, quizá sin darse cuenta de que
“pensar mal” casi siempre es el resultado de amar poco y muchas veces lleva a
errores graves en el juicio que hacemos sobre otros.
El cristiano tiene otra norma: ama a los demás como Dios los ama. Al bueno y al
malo: no somos ciegos, ni tenemos que decir que lo blanco es negro, o que lo
negro es malo.
Por eso, también en los casos en que, sin culpa, pensemos que una persona es
mala cuando realmente es buena, o que es buena cuando realmente es mala, nunca
nos equivocaremos si a los dos sabemos amarles sinceramente.
Así evitaremos uno de los errores más graves que puede herir nuestra vocación
cristiana: caer en la inmisericordia. Será posible entonces vivir en la verdad
del Evangelio, porque pensaremos y actuaremos según el corazón de Cristo, que no
vino a condenar, sino a salvar (cf. Jn 12,47).