Declaraciones de personajes famosos
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Las declaraciones de un
gran novelista, de deportista famoso o de quien trabaja en el mundo del
espectáculo (música, cine, televisión), reciben con frecuencia una amplia
acogida en los medios de comunicación social y suscitan debates de mayor o menor
interés (a favor o en contra de lo declarado).
Así ocurre, por ejemplo, si un futbolista habla sobre el aborto; o si un
novelista se pronuncia a favor o en contra de la religión islámica; o si un
cantante alaba o critica la moral católica.
La fama ofrece una palestra particular para hacerse oír, para vehicular
opiniones o ideas. Los personajes famosos tienen ante sí numerosos oyentes, fans
(a veces, también enemigos) que hacen resonar sus declaraciones hasta lugares
insospechados.
Este fenómeno merecería, sin embargo, una buena autocrítica. Autocrítica, en
primer lugar, por parte de los medios de comunicación. Parecería extraño que
sobre un complicado tema financiero se pidiesen declaraciones a un cantante o a
un actor que nada sabe de economía. Si en temas como los que afectan la vida de
bancos y de empresas casi nadie divulga las opiniones de los incompetentes, ¿por
qué en temas de mucha mayor transcendencia, como los que se refieren a la ética,
la religión, el respeto de los derechos humanos, se da tanto espacio a quienes a
veces no han estudiado en serio lo que se refiere a esos temas?
Autocrítica, en segundo lugar, de la sociedad en sus muchos miembros. Vale la
pena reconocer, como grupo e individualmente, que sobre los temas más relevantes
ayudan de verdad las aportaciones de los expertos, no las que vengan de los
incompetentes.
Es cierto que vivimos en un mundo pluralista en el que muchos podemos formarnos
una cierta idea sobre temas muchas veces difíciles. Opinamos sobre la clonación,
sobre los transplantes de órganos, sobre los cambios climáticos y sobre los
ajustes laborales. Pero para opinar bien, no tiene sentido escuchar a quienes ni
tienen estudios ni han logrado una buena reflexión sobre temas que exigen una
dedicación seria y una actitud prudente a la hora de emitir un juicio sobre los
mismos.
Si Sócrates levantase la cabeza, confutaría a tantos artistas, novelistas,
campeones del fútbol, del ciclismo o del tenis, hasta hacerles ver lo ridículo e
infundado de algunas de sus afirmaciones.
Es cierto que a veces una persona sin estudios, por “casualidad” o porque lo ha
escuchado de otros, puede decir algo más sensato que un “experto” obcecado por
prejuicios o por intereses que nada tienen que ver con el método científico ni
con la especialización a la que debería representar. Pero también es cierto que
un silencio reflexivo puede tener mejores consecuencias que unas palabras
apresuradas en los labios de un famoso.
Con esa sabiduría socrática de quien sabe lo mucho que no sabe, será posible
evitar afirmaciones ridículas que pueden rayar en lo grotesco. Habrá entonces
menos famosos que hablen un poco de todo. Habrá también menos desorientación en
personas de buena fe y de poca capacidad crítica que pueden ser profundamente
dañadas por una palabra inoportuna de un personaje famoso. Habrá, en todos, un
compromiso serio para pensar bien las cosas antes de decirlas, y para recurrir a
quienes, según sus respectivos saberes, puedan ofrecer luz y ayuda sincera en el
camino que nos acerca hacia la verdad.