La oración de un secuestrado

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

 

 

 

 

“Fernando Araújo Perdomo regresaba a su casa, en la ciudad colombiana de Cartagena. Antes de llegar, dos hombres lo inmovilizaron y lo secuestraron. Era el 4 de diciembre de 2000.

 

El secuestro se prolongó durante seis años. Fernando Araújo estuvo retenido por las FARC en distintos lugares de su país. Mientras, su familia, sus amigos, las autoridades, el ejército, buscaban una y otra vez lograr su liberación y la de tantas otras personas que vivían bajo las armas de la guerrilla.

 

Durante esos años de dolor, de violencia, de angustias, Fernando supo encontrar caminos para conservar un corazón sano y fuerte. El recuerdo de los suyos, los mensajes que recibía a través de la radio por parte de sus familiares, le mantenían en pie durante días monótonos o en los momentos de tensiones y amenazas.

 

Además, recurría continuamente a Dios de un modo profundo y confiado. Rezaba por las mañanas, cuando se levantaba de su hamaca; y por las noches, antes de acostarse. Rezaba desde el corazón de quien sabe que quizá no habrá un mañana, y de quien agradece, profundamente, el haber podido vivir hoy.

 

Esta era su oración de secuestrado:

 

“Gracias te doy, Señor, por tu amor, por tu bondad, por tu generosidad, por tu misericordia. Gracias, Señor, por acompañarme, por apoyarme, por cuidarme y protegerme, por guiarme y por iluminarme.

 

Gracias te doy, Señor, por el amor y la fe, por la bondad y la gratitud; por la paciencia que me permite posponer la realización de mis deseos y permanecer tranquilo y por la esperanza de realizarlos.

 

Gracias, Señor, por el valor para enfrentar mis miedos y por la fortaleza para superar el dolor; por la humildad, por la sabiduría para aceptar y vivir el presente, por la inteligencia y los dones de los sentidos; por la tranquilidad y la paz interior.

 

Gracias, Señor, por el don de ser hijo de mis padres y por el don de ser padre de mis hijos; por ser hermano de mis hermanos y amigo de mis amigos.

 

Bendice y protege, Señor, a tus hijos que estamos secuestrados, a nuestros captores, a quienes nos recuerdan, a quienes nos esperan, a quienes nos extrañan y a quienes nos olvidan”.

 

(La oración aquí recogida se encuentra en el libro escrito por el mismo Fernando Araújo para narrar su secuestro: El trapecista, Planeta, Bogotá 2008, p. 159).