Un espacio a la esperanza

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Parece difícil abandonarse, ponerse por entero en las manos de Dios. Parece difícil en un mundo de seguros, de cámaras ocultas, de grabaciones, de policías, de miedos.

 

 

 

Parece difícil cuando hay gente que confía más en las vacunas (que son muy útiles, incluso obligatorias en algunos casos) que en la oración humilde y llena de esperanza.

Pero el hombre necesita dejar abierta una puerta, la más grande, la más profunda, de su propia alma a Dios.

Porque solamente Dios conoce lo que hay en nuestras almas, porque escruta lo más profundo de los corazones (cf. Sal 64,7; Heb 4,12).

Porque solamente Dios no lleva un recuento de nuestras culpas, sino que busca perdonarlas y arrojarlas lejos, muy lejos, de nuestra alma (cf. Sal 103,8-14).

Porque Cristo vino no para los sanos sino para los enfermos (cf. Lc 5,31-32). Porque precisamente cuando caigo en el pecado puedo invocar, puedo acoger, puedo celebrar (como decía Pablo VI) el gran don de la misericordia.

Porque el mal no es la palabra definitiva de la historia. Lo decisivo será siempre el bien, la justicia, la fidelidad, el amor. En el Calvario la muerte no pudo vencer sobre el Hijo encarnado, porque el Crucificado es también el Resucitado.

Porque, en definitiva, Dios cuida y ama a cada uno de sus hijos: no puede dejar de ofrecer su cariño a quienes somos obra de sus manos, a quienes llevamos su aliento divino en nuestra carne frágil, a quienes caminamos hacia la casa eterna.

La esperanza entra en nuestras vidas cuando dejamos que Dios empiece a ser, de verdad, nuestro Dios; cuando reconocemos lo mucho que nos ama; cuando recurrimos a su misericordia con el corazón bañado por las lágrimas del dolor bueno.

Vale la pena abrir espacios a la esperanza. El mundo, algún día, dejará de dar vueltas en los espacios vacíos de seguridades vanas. Entonces los corazones fieles sabrán acoger el don de una misericordia eterna y celebrarán el triunfo definitivo del Cordero.