El avance incontenible del bien
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Está ante nuestros ojos: el mal tiene una fuerza formidable.
La tendencia a la avaricia y la soberbia, el deseo de más comodidades, la búsqueda del placer, las cadenas de los vicios, el impulso de odios profundos, los malos ejemplos, la idea de que “todos lo hacen”, nos arrastran de mil modos hacia el mal: contra nosotros mismos, contra familiares y conocidos, contra extraños, contra Dios.
Ese mal tiene una fuerza formidable, y amenaza continuamente a los hombres. El Papa Benedicto XVI, en la encíclica “Spe salvi”, lo reconocía con estas palabras:
“Al igual que el obrar, también el sufrimiento forma parte de la existencia humana. Éste se deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la gran cantidad de culpas acumuladas a lo largo de la historia, y que crece de modo incesante también en el presente” (Spe salvi n. 36).
Sí: el mal tiene una fuerza formidable. Pero mucho más fuerte que el mal son el bien, la justicia, la limpieza de alma, la energía del perdón, la solidaridad, la ternura, la oración.
El mal hace estragos, destruye puentes, asesina vidas, genera tristezas, aumenta odios, suscita guerras, destruye. Pero no puede nada frente a la energía de quienes miran a Dios y acogen el Evangelio, de quienes reciben la gracia y se hacen embajadores de esperanza, de quienes tienden una mano sincera de perdón y de amistad incluso a quienes viven esclavizados bajo el influjo del maligno.
El bien es la palabra suprema de la historia humana. Cuando el pecado llegó a la máxima locura al crucificar al Hijo de Dios en el Calvario, el bien destruyó las fuerzas del mal y de la muerte y mostró toda su belleza en la mañana de Pascua.
El triunfo de Cristo vale para todos. Los cristianos estamos llamados a testimoniarlo con nuestra oración, nuestras palabras, nuestro ejemplo, nuestra alegría. La palabra de Dios es libre: no puede quedar atrapada por ninguna cadena ni por las energías del maligno (cf. 2Tim 2,9). La corrupción no dañó el Cuerpo de Jesús sino que ha sido exaltado a los cielos (cf. Hch 2,30-33).
Nuestros actos buenos, desde la gracia de Dios, cambian la historia humana. Como recordaba Benedicto XVI en la encíclica antes citada, “podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los santos que, como «colaboradores de Dios», han contribuido a la salvación del mundo (cf. 1Co 3,9; 1Ts 3,2)” (Spe salvi n. 35).
Esa es la certeza que ilumina el corazón de los cristianos y que nos lanza a la conquista llenos de esperanza. Esa es la fuerza que lleva, por mil caminos, al avance incontenible del bien en la marcha continua de la historia humana.