Las preguntas religiosas

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Entre las preguntas que nos asaltan, varias se refieren al valor de las religiones.

Las religiones, ¿responden a las necesidades del hombre? ¿Para qué sirven? ¿Son todas iguales? ¿Qué ocurre si uno vive sin religión? ¿Qué pasa si uno escoge una religión equivocada? ¿Qué espacio merecen ocupar en el mundo social? ¿Ofrecen verdades o son simplemente suposiciones sin fundamento?

Las preguntas hasta ahora formuladas nos colocan en la situación del observador externo. Existen otras preguntas que van a lo profundo, que nacen desde el interior de uno mismo.

¿Qué valor tiene mi vida? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cómo explicar mis actos buenos? ¿De dónde surgen mis faltas? ¿Tiene sentido hablar sobre el pecado? ¿Debo responder de mi vida a un Dios? Ese Dios, si existe, ¿puede ayudarme de algún modo, se interesa por mí y por los demás seres humanos? ¿Encuentro en alguna religión un camino de respuesta para estas preguntas?

El segundo grupo de preguntas exigen una respuesta personal, única, concreta. No puedo pasar por ellas de largo, porque de lo que responda dependerá mi vida.

En cierto modo, con mis acciones ya estoy dando respuestas más o menos concretas, a veces coherentes, otras veces llenas de confusión o de dudas, otras veces contradictorias y extrañas.

En el camino de la propia vida, necesito encontrar tiempo para afrontar el tema religioso. No puedo seguir adelante con los ojos cerrados ante el horizonte de lo eterno y de lo divino. No puedo dedicarme a mis trabajos, a mi salud, a mis gustos, a mis amistades, como si la religión no tuviese ninguna importancia en mi vida y en la vida de quienes caminan a mi lado.

Necesito responder a preguntas profundas. De las respuestas que dé, de las orientaciones que tome, depende no sólo mi quehacer temporal, sino también mi destino eterno.

Si existe un Dios interesado por el hombre, si existe un juicio tras la muerte, si mis actos tienen un valor que permite la entrada al cielo o la condena del infierno, entonces tiene sentido todo esfuerzo para dejar de lado comportamientos superficiales y egoístas, y para abrirme con un corazón sediento a lo que pueda ser el querer de Dios, en la medida que sea posible conocerlo.