Lo viejo en las “nuevas” guerras

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

La tecnología ha entrado de lleno en el mundo de las guerras. Radares, aviones, bombas “inteligentes”, sistemas de información, armas sofisticadas, han revolucionado el modo de combatir los unos los otros.

Hay muchas novedades en la industria militar. También hay novedades en las tácticas, en los acuerdos internacionales, en el derecho de guerra. Convenciones, tratados, acuerdos para limitar daños, para proteger a los civiles, para no usar armas peligrosas, para salvaguardar los derechos de los prisioneros.

Pero a pesar de tantas novedades, sigue en pie lo “viejo” en el mundo de la guerra: el odio, la prepotencia, el deseo de aplastar al adversario, el afán de conquista, la voluntad de destrucción y de muerte.

Ese mundo oscuro que provoca las guerras explica un triste fenómeno: los acuerdos internacionales parecen papel mojado cuando inicia un conflicto armado. Porque es muy fácil que uno de los bandos en lucha, si es que no los dos (o los varios países o grupos implicados), movidos precisamente por lo “viejo” de las guerras, termine por atacar a civiles, por usar las armas más peligrosas, por secuestrar a inocentes, por maltratar a los prisioneros, por asesinar a los soldados o policías que se rinden.

En toda guerra se esconde una lógica perversa de destrucción. Hiere o mata tanto el soldado que usa un machete como el que usa armas químicas. Hiere o mata tanto el que ataca durante el día como el que lo hace por la noche. Hiere o mata tanto el que avanza por valles o montañas con la ayuda del sol y las estrellas como el que se mueve desde las indicaciones de modernos sistemas satelitales.

Hay que buscar caminos y acuerdos para reducir los arsenales bélicos, para eliminar (¿será un sueño?) las bombas atómicas, para firmar acuerdos humanitarios, para garantizar el respeto a los civiles. Pero todo será demasiado frágil si no cancelamos esos odios y esas ambiciones que alimentan aquí y allá los conflictos que llenan de lágrimas y de sangre tantos rincones de la geografía humana.

Vale la pena recordar las palabras que el Papa Pablo VI dirigió en las Naciones Unidas el 4 de octubre de 1965: “Nunca jamás los unos contra los otros; jamás, nunca jamás. (...) ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad”.

Cuando dejemos de lado el odio y la avaricia que llevan a la guerra, cuando destruyamos ese oscuro instinto de prepotencia y de crimen, podremos vencer con más facilidad no sólo lo “viejo” de las nuevas guerras, sino la misma lógica de la violencia que se encarna en los conflictos bélicos, en el terrorismo, en tantos crímenes premeditados.

Entonces será posible, como recordaba Pablo VI en el discurso antes citado, que las espadas se conviertan en arados y que las lanzas desaparezcan para dejar paso a las podaderas (cf. Is 2,4). De esta manera, “las prodigiosas energías de la tierra y los magníficos inventos de la ciencia”, añadía el Papa, no serán usadas “como instrumentos de muerte, sino como instrumentos de vida para la nueva era de la humanidad”.