En el corazón del cristianismo: la alegría
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
La fe católica arranca desde una experiencia, desde un encuentro, desde una certeza: Dios ha intervenido en la historia humana, Cristo es el Salvador del mundo.
No somos defensores de un sistema ético más o menos perfecto. No somos herederos de tradiciones humanas, con sus luces y con sus sombras. No somos simples evocadores de una doctrina surgida desde el judaísmo y plasmada a lo largo de los siglos en el Credo y en los concilios.
Somos seguidores de Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero Hombre, Señor y Salvador del mundo.
Hay, en el corazón del cristianismo, una certeza profunda: Dios ha intervenido en la historia humana, Dios ha enviado al Mesías, Dios ha abierto las puertas de los cielos, Dios ha ofrecido el perdón a los pecadores, Dios nos invita a ser hijos en el Hijo.
Por eso el cristiano vive con una alegría profunda, porque sabe que Dios nos ofrece un don inmenso.
Benedicto XVI lo explicaba así: “dentro de nosotros debería surgir nuevamente la alegría por el hecho de que Dios nos haya mostrado gratuitamente su rostro, su voluntad, a sí mismo. Si esta alegría resurge entre nosotros, tocará también el corazón de los no creyentes” (Benedicto XVI, homilía, 30 de agosto de 2009).
Se trata de una alegría que hace a los católicos convincentes y misioneros, como subrayaba el Papa en la homilía antes citada: “donde esta alegría está presente, ésta -aun sin querer- posee una fuerza misionera. Suscita, de hecho, en los hombres la pregunta de si no está verdaderamente aquí el camino, si esta alegría no lleve efectivamente a las huellas del mismo Dios”.
Los hombres necesitan descubrir la gran verdad cristiana: Cristo ya vino al mundo. Nos toca a los bautizados testimoniarlo, desde la alegría humilde de quienes acogen y viven un don maravilloso y transformante.