Hacia la primera comunión

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Roberta lo dice con sinceridad: no le gusta el estudio, aunque saca buenas notas. Pero ya está empezando a cambiar de idea.

Con la misma sinceridad dice que no quiere ninguna fiesta para cuando llegue la primera comunión. ¿Por qué? Porque ese día va a recibir a Dios en la Eucaristía, y eso vale mucho más que cualquier fiesta.

La primera comunión es un momento maravilloso para cualquier cristiano. Pero en la mente de los niños, si hay una catequesis bien llevada, ese momento se convierte en una de las alegrías más hermosas en la propia vida.

Por desgracia, algunos padres y amigos piensan mucho en la fiesta. Seguramente lo hacen desde una intención magnífica: dar realce al acontecimiento. Pero a veces se insiste tanto en lo externo que puede quedar de lado lo más importante, y entonces el niño llega a ver ese día más como una bonita ocasión para recibir regalos que como el inicio de una aventura maravillosa: la de tener a Cristo dentro, muy dentro de uno mismo.

Roberta nos enseña, con su sinceridad y su alegría, que es posible darle su importancia a lo esencial y dejar de lado lo superfluo. Ha recibido una buena catequesis. Ahora toca a sus padres acompañarla y, sobre todo, testimoniar con sus vidas lo importante que es la misa.

Existen, por desgracia, hogares en los que el padre y la madre piden a la parroquia que preparen a sus hijos para la primera comunión, mientras que ellos no van a misa. Llega el día, hay fiesta grande, el niño se encuentra con Jesús. Pero luego los padres no acompañan al hijo a misa, e incluso llenan el domingo de actividades que impiden participar de lo más hermoso que tenemos los católicos.

Es muy urgente que Roberta, y tantos niños y niñas como ella, nos digan, nos recuerden, nos sorprendan con la sencillez de los corazones limpios. Con su testimonio, habrá más padres de familia que prepararán a sus hijos desde el ejemplo y la coherencia, y quizá un poco menos de preocupación por regalos y fiestas pasajeras.

Jesús espera a Roberta para una cita muy importante el próximo año. Seguro que para entonces Roberta, que tiene un corazón abierto y generoso, le ofrecerá como regalos no sólo unas buenas notas ni un buen comportamiento, sino un propósito limpio y hermoso de nunca faltar a la misa los domingos.

Y Jesús, que nunca se deja ganar en generosidad, ayudará a Roberta para que le guste un poco más el estudio; y para que también sus padres, desde la sonrisa y las lágrimas emocionadas de su hija, tomen también ellos un propósito firme de ir todos los domingos a recibir, bien preparados, a Cristo en el sacramento de Su Amor.